lunes, 27 de abril de 2015




De        Las cuerdas del violín

Arpegioíntimo


Desconocida ausente mujer,
este poema va a pertenecerte para siempre
porque te voy a desnudar despaciosamente
cada poro de cada verso,
y así, cada vez que lo leas
íntimo volveré a desnudarte.
Primero, con las primeras letras, abrir las ventanas,
quitarte las cortinas de los ojos,
esa telaraña que habla de nieblas paseando por el sol.
El violín sin cuerdas o con las cuerdas lánguidas
se asoma a la terraza,
un apenas roce en la excitante tela de la piel
y ya la sangre marca su huella de pájaro ascendiendo.
Sentir en esta parte del verso cómo se abren las carnes
y se ofrecen
a lo que será enterrado más tarde.
Gimen las palomas desnudas,
te orinan en los extendidos muslos,
abiertos, morbosamente abiertos
al desparrame de las aguas
líquida miel hija de la espesa lava.
Separarte los helechos mientras aquí resbala el verso,   
apartar una hebra húmeda de un sueño,
un sueño de cualquier hebra que no hunda.
Deslizar por el musgo la lengua,
descubrir cómo se abre la flor
bañada de rocío bañada por el salitre,
besar sus brillos de diamantes de lluvia,
leer en este verso cómo se estremecen los pétalos,
llevando el palpitar de la vida estremeciéndose a los labios,
al desguace de trémulas palabras rotas,
a las bocas de los pechos.
Desnudarte siempre,
despaciosamente, con los dedos de los versos,
cada vez que me lees,
sabiéndome desconocido, ausente, siempre





                                                     Quintín Alonso Méndez

3 comentarios: