viernes, 12 de diciembre de 2014




De «Últimas notas»

El verso

Se me acaba la vida
y no te he escrito el verso que te pertenece,
¿siempre será así, inacabado lo que ni siquiera empieza,
esa suspensión del gesto del que no podrá saberse si fue vuelo
o fue nada más que fue ese brote de yerba pisoteado por el viento?
No he trabajado lo suficiente el no trabajo, la desidia absoluta,
siempre un molesto mosquito de pensamiento rondando la extraordinaria
y sorprendente vaciedad de no tener nada, la pureza del no ser,
esa estúpida conciencia de los remordimientos, religiones baratas,
 más baratas que las mentiras, altas paredes pintadas en el aire
para no ver el paisaje, pero estoy en ello, me esmero en la completa renuncia,
en la indiferencia, es el único camino inexistente pero preciso y único
para llegar al abismo donde se esconde, vanidoso, insoportable en su resistencia,
el verso que te pertenece, y se me acaba la vida, quizás sea este el momento,
que se acabe, que benditamente se acabe y caiga así de indolente y vencida
y en el chapoteo oscuro, espeso, estallando en el fondo del abismo sin fondo,
de ahí ha de brincar y brotar el verso, la frase mágica que no cambiará nada,
lo más fuerte que muerte no podría ni rozar un pajarito, ese verso que te pertenece,
quedan, claro que quedan unos pocos pasos para alcanzar lo más irónicamente temido
pero lo irrenunciable, la puerta del adiós al mundo, donde a sus puertas
he esperado sentado desde que nací, con las manos boca abajo, negadas,
confiando con la premura de un regalo en la sentencia de las buenas gentes,
«lo único cierto es el final», «la belleza plena es la parálisis de los latidos»,
el cuerpo, encogiéndose, me lo ratifica a cada luna que se rompe en el horizonte.
Si por cosas de no haber sabido llegar, cansa hasta llegar, pero se hace de querer,
a la perfecta vida desperdiciada, y no me da tiempo, escribo, ¡ah, dulce pereza,
diosa de mármol que no devuelve los besos ni el espejo donde mueren de tristeza!,
que el verso está escrito y les digo dónde se encuentra, cansadamente, ¡qué menos!,
para que nadie lo busque ni lo encuentre. Ese verso que te pertenece.
Está dentro, muy dentro, en el mismo centro palpitante de lo que no he sido       




                                                 Quintín Alonso Méndez


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