sábado, 6 de diciembre de 2014




De «Últimas notas»

La noche

La noche tiene esa parte desconocida a la que no llega el pensamiento
ni la estructura metálica del sueño, ningún presagio del gesto,
pero existe, existe de antes del tiempo, es el origen del agua, sin nada,
sin manos, sin lluvias, sin atardeceres estallando contra las soledades,
existe sin que existiera el reloj de los cuerpos, de los espacios planetarios,
es noche antes del principio, y ahí afuera, más allá del mundo, es noche,
como es noche en lo más adentro, esa molécula que se atrevió a palpar al miedo,  
a reconocerlo, y así lo descubrió y le fue dando la materia oscura, materia,
visiones o sueños desplegándose, quizás acordes de un asirse, un nacimiento,
esa parte desconocida a la que no llega el pensamiento ni tampoco llegan
los saltos dimensionales del sueño, ¿el brusco rompimiento del silencio,
la aparición súbita, inesperada, del sonido, inventó la voz y la voz inventó la palabra
y la palabra, más que el abrazo, inventó la expansión, el distanciamiento,
la noción de la medida, la distancia entre dos instantes eternos a la deriva?
Exactamente, ¿qué compartimos, aparte de los desechos, falsas lágrimas de azúcar
para que sean besadas por labios falsos untados de la miel del miedo más oscuro?
No me comparto conmigo, esa parte intransitable y desconocida de la noche
me separó de los balanceos del mundo, de mí mismo, me aisló de mí, no me hablo,
me quitó la sombra, innecesaria para navegar la oscuridad, la vaciedad del abismo,
pero hay islas aisladas que se atan a otras islas, de ahí han nacido lúcidos y cobardes
los continentes, y ¡ay, desnudo ay!, la pobre vida se fue al rescate de lo irrecuperable,
se mintió, cayó en la trampa de querer inventar el mundo, la locura mágica del amor,
ya muerta
                              

                                                  
                                Quintín Alonso Méndez







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