jueves, 19 de octubre de 2017

La Prosa (11)


¿Es estúpida la felicidad?
Hoy, beber del vino de los recuerdos es un placer inaguantable, pero pido más vino, más bien lo robo. Me he acostumbrado a robar para alimentarme la sed. Ella me hubiese dicho, posando su mano en la mía, «no bebas más». Así la recuerdo, y eran ventanas amplias como la luz, ¿veía la tristeza irremediable en mis ojos? Sus palabras hubiesen sido la confirmación de la derrota sin remedio, pero entonces callaba, buscaba en el horizonte la astilla del dolor para arrancármela y tirarla en la hoguera del nunca más, sabiendo lo imposible. La verdad es que la recuerdo en todas sus infinitas maneras, y, créetelo, la palpo, soy así, estoy dotado especialmente para palpar lo que no puedo palpar. Ella. Demasiado noble para ser bruja. Pero bruja. Pensarla me alivia los días. Es la presencia del paisaje. También me acompañan, como dulces caseros, los recuerdos de cuando caminaba ciudades solo, dejándome ir a la deriva. Pero demasiado tiempo de eso. Ni yo me acuerdo. Pero es hora de volver al miedo, al pánico. La soledad es de lo poco que se puede recuperar. Siempre se está a tiempo. Caminar las calles, perderme, asustarme, ¿por qué no?
Raramente cojo la barca y orillo la costa, hoy lo hago, y aunque lleve un rastrillo de hierro y un trapo blanco para pedirle la paz al oleaje en caso de abordaje de sirenas, me lo tomo con pereza, y creo más bien que lo hago para mirarme desde el mar, para ver si me encuentro en algún punto de la tierra, quizás también con la oculta esperanza de ver un cambio en el paisaje, ese resplandor que se espera, sabiendo que nunca vendrá pero que nunca se sabe, que se espera y se espera. Aunque no se espere nada, en todo mundo, por muy ínfimo y oscuro que sea, hay una grieta. Es el cigarro en el mar, el ritual de acercarme un poco a ella, a decirle cómo es el día, y en los labios es el sabor de su boca.  
Es lo prístino lo que se desconoce
quintín alonso méndez



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