lunes, 16 de octubre de 2017

La Prosa (10)

«Me gusta la densidad de la transparencia, el solar áspero de lo que siempre permanecerá vacío
Las valentías son torpes, a cada paso equivocan el camino»
¿Qué se siente cuando se lee lo recuperado? Que vuelve la carnosidad del tiempo a morder donde es la herida y la impotencia lo envuelve todo de tiernos pero amargos recuerdos. Cada edad lleva su mensaje y su cosecha. Pero sin la lluvia, sin los sueños que trae la lluvia, la tierra no germina, y de tiempo en tiempo a la tierra hay que removerla, que no se ahogue oscura y se muera, necesita el aire, la promesa de que por el aire vienen los vuelos, las semillas. ¿Qué se siente cuando se recupera lo leído? Eso no puedo saberlo, le digo al verso que palpita en mis silencios.
Me tropiezo con el mediodía, ¡tanta luz, que ciega! Es la hora del cigarro y de ponerme un rato a hablar con ella, caminando por la costa, viendo cómo me hace el trabajo la marea. Sonrío, qué importa la tristeza, si pienso que a ella ahora le están viniendo pensamientos dulces de paseos por la costa. El momento en que más disfruto en mi trabajo es cuando siento el tacto de mis dedos en las trenzas del musgo, liberando con paciencia palabras y silencios, sobre todo silencios. Ya en casa, escribo los silencios, las palabras no, ellas se fueron, se hicieron a la mar nada más sentirse libres. Vivo en un lugar donde primero se entierran los sueños y luego los cuerpos. Sí, de la costa rescato incontables sueños y cuerpos muertos, y seguramente muchos de esos cuerpos murieron la peor de las muertes: con los sueños vivos: son los sueños que me llevo a casa y que procuro, dentro de mis limitadas artes, resucitarlos en versos, que al menos sean vistos sus vuelos al amanecer y sus vuelos de regreso, cuando atardece. He visto construir cárceles, preparar los trasmallos, cárceles para cuerpos vivos con los sueños vivos, ahí me sumerjo, destrabando alas de los anzuelos. Satisface hasta lo inimaginable ver el suspiro del ala liberada del miedo mortal. El chapoteo de la vida de nuevo en el agua. La orfandad es una ola gigantesca. En la orilla nos encontramos los huérfanos. Enseguida nos reconocemos porque miramos a la lejanía, como si el horizonte contuviera lo que nos falta. Horizontes que oscilan según la estación por la que camine el tiempo. Hoy es lejanía, palideces tristes, el aire que quema, paisaje difuminado por la calima. ¡Ah, este verso que acabo de rescatar, sublime y espeso como la miel!, «beso tus bocas mientras me deshago náufrago deshabitándome dentro del mar». Un verso no es más que la complicidad de un beso. Son tantos los besos de a diario, aunque despoblados besos. Besos que ya no forman parte de la complicidad. Se eleva majestuosa la soledad. Es cuando el pasado adquiere presencia, ¿en realidad me sigo esperando?, ¿hasta cuándo, hasta que sea el regreso al origen del círculo?
quintín alonso méndez



No hay comentarios:

Publicar un comentario