miércoles, 19 de agosto de 2015


Escriturasfugaces

Antes de ser escrita, la carta se rompió. No fue ala, ni siquiera fue papel. Quizás no fue ni pensamiento. Se rompió como se rompe la luz cuando se hace la noche. Se nace de noche para saber que se vuelve a la noche, y por esa rendija, por ese espacio fugaz del día corrió lo que iba a ser la vida. No dio tiempo a más. Escribo en la oscuridad, por eso mis escrituras no vuelan. No ven. Son como olas derrengadas que se caen vencidas al primer atisbo de brisa diurna. Les viene el recuerdo del frío con la alborada y se encogen y se encierran y se rompen dentro de sí mismas. Vuelve a ser feto lo que nunca fue nada, embrión hibernando en el vientre del silencio más oscuro, lo que llamamos eternidad para no llamarlo muerte. Una carta que quiso ser escrita desde el primer instante para así existir, tener un sentido y una dirección. Una carta que fuera la flecha y marcara la distancia a recorrer, ese puente tendido para que el destino llegara a puerto. Una carta que después de todos los instantes, vaga errante, fantasma de las noches y luz invisible de los días, una carta que se rompió antes de ser escrita. Se fue, con los renglones anhelantes, camino de veinte años atrás, justo cuando el instante iba a ponerse las alas que dicen llevan al futuro pero que han llevado al tiempo antiguo que nunca se movió y que no dejó de esperar. Una carta rota aquí entre mis manos, que me llega cada noche desde algún mundo habitado, una carta que no fue vuelo, ni siquiera papel. No dio tiempo a más. Fugaz el espacio del día


                                                           Quintín Alonso Méndez


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