miércoles, 23 de julio de 2014



De "El edén de Salomé" 


Escribo dejando que las hogueras ardan en sus fríos
que amenazan inviernos gélidos en el todo del tiempo,
escribo dejando que la mano plante sus raíces en el papel
o las arranque de cuajo, que se pierda, que se condene,
que vierta toda la sangre, todas las lluvias de todos los aguaceros,
yo mirando la luz lejana que se hunde en el horizonte,
reconociendo ahí al cobarde que soy, pero que la mano vuele,
desgarre, que al menos ella sepa escribir o plantar los versos
que tu mano le puso desde que existe el mundo que iba a ser.
Escribo lo que la mano me dicta, ya va lenta, lenta, la miro,
se cansa cada día más pronto, se queja, le crujen los silencios,
los vacíos entre los huesos, pero aún débil, arrastrándose,
se aferra a la pluma, exprime la última letra, mira, sé que mira
adonde la mirada se perdía, hacia el gesto que se posaba,
escribo, impaciente paciente escribo, no me queda adónde ir,
y aparto la mirada, no quiero que la mano me vea las lágrimas,
pero ella me dicta, rasgando la luz azul del aire, violácea,
nos quedamos, nos morimos, despacio nos vamos, nos morimos, 
pero la eternidad se queda aquí, y escribe, desangrándose,
en las últimas o en las primeras noticias de las nadas:

te quiero  

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