lunes, 11 de diciembre de 2017

La Prosa (28)


Con la casa a oscuras escribo con la vela encendida, también temblorosa, asustada. Cobarde, invoco a los muertos, me acuerdo entonces de mi raíz, de mi destino, de todo el tiempo perdido que ya perdido se pierde en la negrura de lo que no tuve ni tendré. Hermoso es cuando desde casa veo –días gigantes, íntimos-- llover en el otro mundo, sobre el mar, el sol aquí, de este lado, tranquilo, impasible, lejano y como ausente. La tarde entonces es como una mujer desnuda, dulcemente desmadejada, tendida sobre los versos, dulcemente abierta, pletórica en sus frutas, en sus sabores de fresas y almendras, yo sentado al lado, dejando que duerman apacibles y gozosas las ternuras, los sueños, las nostalgias, las pérdidas, las triunfantes derrotas. Y dejo que vuele el lápiz, sin escribir nada. El tiempo, yéndose noviembre, está eufórico, de veraneo. No hay aire. Los violetas de la tarde se asoman más pronto, revestidos con una pincelada de la canela, capa de barniz del desierto, brillando relucientes los dátiles del último sol. Crece la marea, se eleva sobre sí misma, y luego retrocede, al roce o al acto con la orilla. Todo esto lo veo desde aquí, como si estuviese mirando el pasado. Y mientras, le hago el parte. ¡Hincho el pecho, voy a tener mi instante de gloria, de escritor! Destacan los violetas ahora con más intensidad, como ensangrentados, viendo pasar las siluetas de las gaviotas –se hace más intensa la penuria--: es como si viera pasar la brisa de largo, descenso veloz de la luz –los azules se dejan envolver por las violetas trepadoras que caen del cielo y se extienden como sábanas sin amantes entre ellas. «Mira», le digo, escribiéndolo despacio, redondeando las letras, apretando el lápiz –el pulso se me altera cuando la pienso--, «hoy es un día cruel porque las nostalgias salen a la superficie, setas equivocadas de estación, lo sé, pero salen, es como si el aire caliente las llamara y las sacara de las sombras, y es cruel porque las nostalgias, sádicas, tienen la mala costumbre de pisar precisamente en las heridas plurales. Un día mágico que no me pertenece, pero soy libre, solitariamente libre, y lo miro, lo veo pasar, ¡ah, racimos enguantados de colores!, todos tus violetas aquí, donde en la penumbra --¡ah, inquietud!— me pongo a reparar los versos averiados con la minuciosidad del relojero, a dejar que el tiempo pase a su antojo, mansedumbre que me trae recuerdos de cuando los campos estaban vivos, amapolas rojas, y lujuriosos en sus verdes y en sus frutos, de cuando las cunetas eran un surco más, palpitantes de vida y antojos. Y mira, estos son los versos que rescaté este mediodía, magullados, pero que te envío así como están --¡ah, sus heridas profundas!—porque quiero pensar que así sentirás más cercano, de una forma más objetiva, cómo es este día, también desperdiciado, también vomitado por la marea –los estoy limpiando despacio, con la paciente delicadeza con que lo harían las flores delicadas de tus manos, y así estoy, enmarañado entre los nudos que torpemente voy desanudando, creyéndome que libero estos versos que me creo míos--:     
No tengo palabras para posarlas en tus manos/ y sepas cómo es el murmullo del tiempo
arrullando tu nombre/ en los silencios de mar del día /en las caracolas de la noche/
pero busco el verso y te busco en el verso
para hablar contigo
y mirarte
aunque estés lejos».

quintín alonso méndez

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