jueves, 11 de mayo de 2017


La Prosa


Siempre me quedan cuentas pendientes con la prosa, y será inquietud, desazón, sensación de consistencia de mi inútil vida, hasta que no regrese a ella. En eso estaba pensando, en lo que miraba y veía caerse la tarde, y eso escribo ahora, ya con la tarde vencida cayéndose detrás del atardecer, un atardecer de diamantes encarnados y violáceos. La prosa no es una barca, la prosa es una terraza de medianías desde la que se vislumbran las sonámbulas barcas que peligrosamente se balancean en un mar voluble de arenas movedizas. O puede que sea todo lo que desconozco o no existe y a lo que me aventuro inconsciente a darle existencia. En estos momentos que escribo, me vengo a mí y pienso que la prosa es el banco de la plaza bajo el árbol donde te espero. Y recuerdo entonces lo que rezongaba mi abuela, sin mirarme, sentado a su lado en silencio, extasiado en su magia y en las raíces de mis futuros fracasos, mientras sus metódicos y cíclicos dedos de misas y rosarios entrelazaban las tiernas y lisas hojas de palma, frescas de lluvia, haciendo un cesto, «cuando esperes a una mujer, espérala sentado» (no era necesaria, sobraba, la sonrisa burlona: pero no sonreía, ella seria en su seriedad matriarcal, con la cabeza gacha envuelta en el pañuelo negro de las palomas siempre de luto, solamente rezongaba y luego callaba, trenzando las hojas de palma, hasta que me levantaba y en silencio salía a la calle, a dejarme caer en el abismo caluroso de la tarde. Aquellas eran tardes de geranios y de vestidos cortos floreados de chiquillas jugando al tejo). Aunque parezcan tiempos interminables, perdidos los tiempos y perdido yo en un temporal de vacíos, sin una rama a la que asirme, las pausas sin la prosa son muy cortas, fugaces estrellas invisibles de días melancólicos, como si esperasen sentados un estallido de luz, una sonrisa, una voz, pero lentamente se va oscureciendo sin que nada ocurra, y entonces hay que apresurarse antes de que la locura se apodere de la casa, dejar abiertas puertas y ventanas de par en par, y pronto, sentado a la mesa de cristal, teniendo el mar al lado con sus murmullos de música que embriaga, reanudar el camino solitario a través del interminable desierto de la escritura, donde no me hallo ni me hallaré.


Me temo que voy a escribir de ti, me temo que eso es lo que deseo, escribir de ti o escribir para estar contigo. Y será una luna corta, de veinticuatro días. No sé nada más. Pero me atrapa, me llama y me hunde este desierto en blanco como la sed, aparte de que necesito estar contigo y de que es la única forma que conozco para habitarte y que me habites, y además con la gran fortuna de sin la pesadez y la monotonía molesta, en muchos casos inoportuna, cansina, de la presencia física.


Escribir es magia. Magia que proviene de alguna parte, que quizás haya surgido de algún agujero de una vieja esquina y que alguna brisa débil ha traído hasta aquí. Tropiezo con la materia de lo invisible y lo intocable, y siento cómo me rasga su piel la piel del alma. Cada palabra es un pequeño puñal de cristal, brillante como la luz, una gota de las uvas de la sangre y el agua. Es magia, barrunto barrancos y océanos. Será magia. Primavera, dice la luz en los verdes y en los picos de los pájaros, en el brillo de los minerales 


quintín alonso méndez

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