viernes, 9 de septiembre de 2016

La piel del verso


A quien me lea –aún quedan desvaríos por las cunetas
semillas de calabazas bajo el asfalto
locos trenzando escaleras para subir a la luna-
le digo que las hojas de los árboles
no son más que los hijos de la raíz
los más hondos y callados frutos del más íntimo verde
humedad que asciende por las enredaderas de las mareas
por las caderas de los ciclos lunares
de los pilares de los aguaceros
por los silencios más estremecidos del vacío
por las calles que se hunden bajo nuestros pies de plomo
por los muslos de la noche ¡ah los muslos de la noche
resbaladizos como la piel de la serpiente!
También le digo a quien me lea que nada más verla ya sabrá que es ella
esa atmósfera por quien cultivo mis versos
lleva en las manos la oquedad de las sombras que me cubren
la nada más infinita envuelta en plumajes de pájaros de aire
se sabe por la transparencia de los besos que volaron
y si la miras y ella te mira sentirás el resplandor del invierno
A quien aún me lea –quedan soledades varadas en los viejos puertos
anclajes marinos en lo alto de las montañas
locos trenzando andamiajes para subir a la luna-
le digo que las veredas intransitadas un día fueron
avenidas de las bicicletas de los vuelos y las risas
anchos y boscosos senderos por donde transitaban las promesas
y por donde bullían las fábricas de azúcar de los insectos
por allí caminaron solitarios mis sueños y solitarios se perdieron
embarrancándose en los barrancos embarrancados entre sus muertos
por ellos navego en las noches interminables
noches del infierno
no buscándola no presintiéndola
alejándome de sus pasos para que el dolor no la envuelva
A quien me lea –ah, iluso sueño de un viejo perdedor
astillas de un instante ciego
parpadeos de un inexistente sol al cerrar los ojos-
le digo con la suavidad de la certidumbre cuando envejece
que nada es cierto
ni siquiera que me estés leyendo
aunque me leas
Quintín Alonso Méndez





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