lunes, 31 de agosto de 2015


Escriturasfugaces


La vida que siembra sombras por la siembra
son las sombras que siembran sombras por la vida
me dices que quizás sean sombran que siembran vidas por las sombras
como buenos surcos sembrados con la luna menguante
mi padre te habría dicho que los surcos nacieron para ser pobres
sanos en su dentadura de tierra pero escasos para la carne de los sueños
y que la luna que mengua es luna que ya crece detrás de las montañas
por aquí desvariadas las cosechas que harapientas y escuálidas
alimentan el saco sin fondo del hambre
brujas y locos brujos y locas en el bailadero en las lindes del barranco
con las hogueras apagadas por culpa de los olvidadizos incendios
no puedo decirte nada me quitaron del mar me quitaron de los campos
me quitaron del aire que navega por los océanos me quitaron de la orilla
o simplemente me quité yo un torpe tropiezo en una enredadera de agua
tan harto de que mañana sea un día cierto sin futuros y sin recuerdos.
Es el alzado rostro desnudo ofrecido a la brisa azul que pasa por el sol
al azul azur que hoy desgrana las pieles de los membrillos por las azoteas
aventurando otoños interminables en la misma acera
en la que espero al invierno
asomado a la tristeza de la barca que se hunde de cansada y de vieja.
¡Ah, vienen cantando los violines esas fugaces notas
arpegios que mar adentro se alejan!
Me dirías que acaso son los quejidos de los barcos que se hundieron
antes de haber avistado las palomas y las gaviotas de la costa



  Quintín Alonso Méndez

viernes, 28 de agosto de 2015



Escriturasfugaces


El frío sacude sus alas sobre un mar lleno de menudas olas negras
miro desde la alta distancia de la ventana huérfana y veo tus rostros
los rostros que te he ido descubriendo tu rostro primero
de palabras verdes saltando como las ranas en los charcos entre las cañas
allí en el agua del mediodía húmedo brillo que exaltó el musgo en las piedras
dándoles de regreso ese verdor que había desaparecido en la última esquina
rostro de vestido blanco de piernas arañadas por las sombras del aire
pero aquí desde la alta distancia de la ventana huérfana
tu rostro del amanecer de silenciosa media luna cobijándose en la nuca
justo en la cadera que se asoma y se esconde mientras en espirales te mueves
con las menudas olas negras meciéndose murmullos de caracolas en la orilla solitaria
como era el roce de un temblor como es esta memoria dibujándote desmemoriada
¡ah dolor que me dueles! ¡dulce melancolía que desliza el tiempo lo trae viene!
ese amanecer donde tu pelo negro resbalaba y resbala como lava viva destilándose
y entonces la miel resbalosa posada como trigales donde las abejas de los sueños
doran tus cabellos te ponen el sol justo ahí en la gruta de los besos que se vierten
que desean ser besos suaves libres aguas que respeten el vuelo de tus vuelos libres
¡ah la miel la penumbra del sol desvistiéndose trémula piel que me lleva al abismo!
pero tu rostro volviéndose con los ojos cerrados esa sonrisa única del infierno
que invita al cielo tu rostro desnudo palpitación estremecida de la noche ensueño
pero tu rostro afilado de la pequeña muerte como risco negro que se alza deseo
aquí en la alta distancia de la ventana huérfana deseo risco afilado negra la noche
dentro de tus labios aleteos de pájaros que imposibles aletean entre la encendida boca
y el estremecido acantilado carnal de tu cuello de tus lechosos pechos
¡ah esas palomas riscándose por las suaves lomas que invitan al descenso
a la pérdida irremediable de las agujas cosiendo los destrozos los miedos!
aquí en la alta distancia de la ventana huérfana viendo todos tus rostros
azules violetas violines de lluvias libélulas transparentes dentro de la niebla
pero aquí la voz que me llega sin saber que me habla que no me habla
que es solo voz que se desparrama por las vertientes arenosas y no me piensa
pero tu rostro tu otro rostro de la mirada posada en el frío morboso cristal
en la altiva cama fría del cristal donde se alimentan los besos que no estarán
¡ah cristales pobres en sangre pensamientos abocados a la penuria del cristal roto!
el frío sacude sus alas sobre un mar lleno de menudas olas negras


                                                             Quintín Alonso Méndez
  

lunes, 24 de agosto de 2015



Escriturasfugaces

                                                       las estrellas

En la realidad, los pies tropiezan con el suelo
se rompen los huesos como los quejidos
de lo que se quedó en sueños
envejecen se astillan los años
se hacen polvo las palabras
desaparecen
sólo las escritas se salvan
serán tumbas en las fosas negras del papel
mariposas nocturnas incrustadas
en el manto vacío y espeso de la noche muerta
insectos disecados yertos
en la curva pared horizontal de la nada quieta

                                                       Quintín Alonso Méndez




miércoles, 19 de agosto de 2015


Escriturasfugaces

Antes de ser escrita, la carta se rompió. No fue ala, ni siquiera fue papel. Quizás no fue ni pensamiento. Se rompió como se rompe la luz cuando se hace la noche. Se nace de noche para saber que se vuelve a la noche, y por esa rendija, por ese espacio fugaz del día corrió lo que iba a ser la vida. No dio tiempo a más. Escribo en la oscuridad, por eso mis escrituras no vuelan. No ven. Son como olas derrengadas que se caen vencidas al primer atisbo de brisa diurna. Les viene el recuerdo del frío con la alborada y se encogen y se encierran y se rompen dentro de sí mismas. Vuelve a ser feto lo que nunca fue nada, embrión hibernando en el vientre del silencio más oscuro, lo que llamamos eternidad para no llamarlo muerte. Una carta que quiso ser escrita desde el primer instante para así existir, tener un sentido y una dirección. Una carta que fuera la flecha y marcara la distancia a recorrer, ese puente tendido para que el destino llegara a puerto. Una carta que después de todos los instantes, vaga errante, fantasma de las noches y luz invisible de los días, una carta que se rompió antes de ser escrita. Se fue, con los renglones anhelantes, camino de veinte años atrás, justo cuando el instante iba a ponerse las alas que dicen llevan al futuro pero que han llevado al tiempo antiguo que nunca se movió y que no dejó de esperar. Una carta rota aquí entre mis manos, que me llega cada noche desde algún mundo habitado, una carta que no fue vuelo, ni siquiera papel. No dio tiempo a más. Fugaz el espacio del día


                                                           Quintín Alonso Méndez


martes, 18 de agosto de 2015


Escriturasfugaces

En una de las páginas del libro hay charcos/ donde las rosas
ensalitran la serenada
los pétalos son balsas que navegan
una noche en cada balsa
reman los insectos
esos pequeños y cada vez más débiles
sueños que me quedan/
ya no vuelan
han de esperar a los vientos nocturnos
abrir los esqueletos de las alas
dejar que el rumbo lo marquen las estrellas
aunque sea la oscuridad más oscura
el cielo enfebrecido de nubes gruesas
la lluvia más ciega
                                                          Quintín Alonso Méndez

jueves, 13 de agosto de 2015

Escriturasfugaces

El mundo boca abajo
la tierra arrastra a la lluvia en la caída
y la humedad asciende como raíces negras
que van enredándose en el cuello de la nostalgia
se amasan en la garganta el agua de la lluvia
la tierra y las lágrimas
ahoga la ternura en la garganta
y se ahoga el mar que se hunde
empujado hacia abajo por un plomizo viento seco
que a su vez lo empuja la pesadez de un cielo
que se derrumba
haciendo cristales del aire
clavando tristezas en los ojos que también caen
al suelo
heridos de muerte por la suerte
de irme sin haberte encontrado
o por haberte perdido sin encontrarte


                                                      Quintín Alonso Méndez 

lunes, 10 de agosto de 2015

Escriturasfugaces

Rumor impasible de tiempo que pasa por la ventana
solo la luz mide su paso
y solo la luz sabe de los pájaros que lo transitan
de los cañaverales que pueblan sus nubes
luz que a diario se abre en abanico
sin colores el amor es así cuando no llega
se abre en un abanico diario de distintas telas
de los jardines de las flores silvestres
rumor sin colores es así el amor cuando no llega
solo la luz palpa su pulso de tiempo impasible.
Es el recorrido de la luz por la ventana
lleva al tiempo de la mano en su descenso
a la oscuridad completa
la sombra permanece vestida de negros y grises
hundida en el interior
dentro de la piedra
entre el verde y el rojo del geranio
donde el corazón es un salto al vacío
un suicidio de nueces cayendo al mar
frente a mis ojos
disturbios de días calcinados
alas de insectos roídas
por el insaciable roedor del abandono 

                                                        Quintín Alonso Méndez

jueves, 6 de agosto de 2015


Escriturasfugaces

Alguien te llamaba.-
“alguien te llamaba”. Eso le oyó decir a la niña en la plaza, desde un banco cercano, se lo decía a su joven madre, tirando de sus largos y delgados dedos hacia abajo, hacia el suelo, adonde las palomas bajan a picotear en los sueños que suelen caerse desde lo alto, desde terrazas y barandas de miradas ensoñadas, y ocurre igual a cualquier hora del círculo, cuando empieza a amanecer, al mediodía, cayéndose la tarde o ya con la ensoñación metida en la noche, dulce y húmedo ronroneo de los roces. Caen de los árboles las palomas y picotean, sueños rotos y débiles sueños incrédulos, y es un péndulo que late dentro de la mirada al compás de la marea y la mirada se va lejos, muy lejos, a los extraños y llamadores laberintos de los deseos. Ahí estaba ella, con los ojos hundidos como peces en la calidez oceánica de la tarde bajo la sombra del árbol, “alguien te llamaba”, le insiste la niña y ella la oye lejanamente, como desde dentro de un sueño brumoso. Había mirado al banco cercano y vio al hombre. Un pequeño escalofrío hizo que tenue le temblaran los labios y sintiera un tímido aleteo un revoloteo inquieto en el nido de mariposas que dormitaban en su vientre. Sólo lo había visto una vez, fue un mediodía de sábado, ella  sentada en un banco de la plaza esperando una llamada, en aquel mismo banco, él sentado en un banco cercano, en el mismo banco que estaba ahora. Estaba sola metida en sus cosas y él no la miraba, pero sí, de vez en cuando sus miradas se cruzaban, en un momento indeterminado del azar se enredó en aquella mirada, y no era la mirada, eran todas las miradas, distinta cada una pero siendo la misma mirada desnudadora dulcemente obscena, primero fueron descendentes pero luego subían despacio y bajaban despacio, subían, se detenían…bajaban…, péndulo de una perezosa marea baja. La primera mirada la sintió en los ojos y no supo esquivarlos, los esquivó él, como diciéndole “ha sido sin querer, perdona”, pero un temblor menudo le dijo que no habría sabido apartarla, luego la sintió en los labios, posada, posada, en el cuello, descendiendo lenta, como si fuera un dedo descendiendo despacio despacio, sintió el cosquilleo que le bajaba por la nuca y bajaba enredado en su pelo que resbalaba resbalaba cosquilleándole el inicio de los pechos, se agitaba el aire, la brisa que la rozaba, estaba como desnudándola despacio, eso sintió y se quedó así, expuesta, no recuerda si pensó en levantarse y dejar que la fuera desnudando íntegra, le palpitó la piel, la carne de la piel, le palpitaba la brisa con sus roces que apenas la rozaban, le gustaba el acariciante roce de sus propios brazos en los pechos, los apretaba contra ellos, los deslizaba rozando las dos rosas oscuras sensibles endurecidas por la sed, apretando suave y mimosamente las piernas, la humedad la habitó, la estremeció, su cuerpo se abrió en flor, trémulo, “alguien te llamaba”, le dice la niña tirando de ella, de sus largos y delgados dedos, temblorosos, unas palomas picoteando en el suelo, entre las piernas de la hija y la madre que abre las piernas despacio estremeciéndose. Mira al banco cercano, inicio de sonrisa afrutada, y tan lejos el banco vacío, atardeciendo. Siente el frío de la tarde oscureciéndose, le sonríe, por qué triste, a la niña, le dice que es hora de volver a casa, caminan despacio por la plaza vacía, y siente que es la misma vaciedad que siente en las entrañas, en ese vértigo del deseo, el mismo frío sin la mirada desnudándola despacio como despacio le acaricia el cuerpo la brisa que anochece desnuda, “mamá, alguien te llamaba”


                                                           Quintín Alonso Méndez

martes, 4 de agosto de 2015

Escriturasfugaces

Delicada flor carnosa
de los profundos brillos del rocío
de las penumbras donde reside el líquido fuego
donde el agua de lluvia y el agua de mar
se juntan y se refugian
y alzan el templo profano de la luna y el sol
flor de los dos labios carnales del mundo
que le hace rizadas trenzas a la quebradura del ser
coronas funerarias a los quejidos de la carne
beber de la flor es morir después
ahí se desfallece en pequeñas muertes
para resucitar y de nuevo morir
en la rueda de los regresos
a la siempre temblorosa primera vez
sed intacta de la que mana la sangre
hasta la última destilada gota
¡será la desmemoria o el último pálpito!
flor que los recuerdos mienten
y que los anhelos reproducen como mariposas
flor que se abre ante la roca de las olas
en su vértigo late el húmedo corazón del bosque
flor donde habitan los jardines del musgo y las algas
lejana como la profundidad del abismo/ tan cerca de mi alma

                 
                                                           Quintín Alonso Méndez

lunes, 3 de agosto de 2015

Escriturasfugaces


Hundo las manos en las prisiones del silencio
le sacudo el polvo a las hojas del árbol viejo
que ya no se mueve/
ahí se posa el polvo
en la boca húmeda del salitre posado
camino los senderos de la mañana quieta
de la inmóvil terraza del día
recojo los frutos secos que desgrana
la noche la impasible noche ajena
frutos que caen de las negras ramas
que alborotan horizontales las olas negras
miro en los ojos de la nada
que me mira sin mirarme
hundo las manos en las prisiones del silencio
y les abro las jaulas a los no regresos
el polen se esparce y se aleja
busca su destino de abrazos
le sonrío no importa si triste
le sonrío a la ausencia detenida
que araña el aire/
de vuelta a casa me acompaña
la inmóvil terraza de la noche
hablamos de aquellas tardes
libadas por las abejas
que se prendían a los labios
a los ojos
a la miel del sexo
hundo las manos en las prisiones del silencio




                                                              Quintín Alonso Méndez

sábado, 1 de agosto de 2015

Escriturasfugaces


Tendida de lado desnuda hacia el lado de la ventana que da al mar
bella como un ala de mármol
las sábanas que cuelgan en pliegues de jardines de plata
la cabellera extendida en la almohada
hilos de seda tejidos por la brisa nocturna
del polvo de la piedra de luna
única la mujer ella dormida
ahí detiene el río náufrago del tiempo
respira con la quietud del pájaro de la medianoche
le brillan como diamantes las flores blancas de sus delgados dedos
posados en el pezón que amamanta las estrellas
la duna de la cadera es de la más fina arena de la miel del deseo
la espalda de la lisa roca extraída del fondo marino
por los roces de los suspiros aleteos de libélulas acuáticas
los muslos de la ternura del temblor esa calidez que desbarata
ella la mujer única desnuda duerme tendida de lado
del lado que da a la ventana
como ala de mármol
es la convexa forma que se acopla exacta a la concavidad del sueño
mirarla así es robarle eternidad al universo
y se irá pronto porque son alados los labios de los besos
pero aquí se queda desnuda bella única madre de la sed del agua
como un ala de mármol en el verso
y se queda aquí como se queda ese vacío inmenso cuando voló la vida
atada al hueco infinito eterno mineral de la almohada
hebras de piedra de luna entran por la ventana
gime el desconsuelo
recordarla así es robarle eternidad al universo
que se quedará aquí en el verso inmortal ella única tú la mujer
desnuda


                                                       Quintín Alonso Méndez