La puerta
Al traspasar la puerta, supo que todo
le resultaba tan conocido como la indiferencia, pero lo dijo de esa manera que
ella bien sabía manifestar para que él sintiera todo lo contrario, «tengo la
sensación de que he estado aquí siempre». Él guardó silencio. Y ella no lo
miraba, que era cierto lo inofensivo que era. «Va a ser verdad que la nada
existe», casi sonríe, por eso no pudo ver nada que fuera más allá de sus
posicionamientos fugaces. «Diez días no son nada», se dijo, y comprobó, ahora
sí lo miró y le vio la debilidad antigua que lo sustentaba, más bien sí,
inventó una sonrisa mientras le ponía el rostro de lado: que la mirara, que se
extasiara, que viera luminosidad, no podía ser tan difícil en aquél lugar
oscuro que desbordaba humedad vieja, rancia, desagradable. «Solo diez días».
Sabría sobrellevarlos y pronto hacerlos volar. Cuando la indiferencia es la
madre de todos los sentimientos, no se puede recordar siquiera cuántas ventanas
puede tener una casa vacía, simple, y no es preciso que hayan pasado veinte
años, eso se deja para los amores que regresan, basta una pincelada de tiempo,
nada, un encuentro casual buscado, y las risas acompañan, aconsejan, «¡hay que
vivir!», grita la vida alborozada cerveza en mano, apartando la vista de los
cadáveres que el mundo regala, y solo una fiesta puede borrar otra fiesta,
abundan las camas dispuestas para el festejo y el festín, abunda la vida,
insaciable.
Al traspasar la puerta, un silencio
gris pero amable lo recibe. La sencillez tiene el olor de las cosas perdidas,
quietas. Abre la ventana para que el aire entre, salude, se lleve esos
silencios que maltratan. Se quedan silenciosos, sin hacer ruido, los que
suavemente muerden. Con la dentadura de los buenos deseos, de que sea cierto
que la brisa baila por entre suspiros y trenzas rotas de recuerdos que se
hunden en las aguas de algún río, de algún lago, de algún océano, de algún algo.
Al traspasar la puerta, ella se dice
que no entiende cómo es posible que haya puertas donde tras ellas no hay nada,
«allá los cobardes», se dice, y ya se desnuda para el amante que la ama y la
espera desnudo. Una tarde cualquiera
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