domingo, 18 de marzo de 2018


La Prosa (55)


Creo que hoy estoy en «el parte de la ansiedad pendiente». Si esto no lo soluciona la caña de la parra, no hay solución. Y compadre, de poco para acá, vestido con esa sonrisa permanente en los labios, recién comprada, me convierte en un momentáneo aspirante a torturador de lagartijas. La caña lo cura todo; el salitre, no; el salitre solo pretende ayudarme a entender este misterio. Tiramos para arriba, ya algo encañados, adonde nos espera «la jefa»; es un camino asfaltado en pendiente, custodiado a un lado por el barranco y por el otro por muros de piedra que protegían del viento las antiguas fincas; restos del pasado; quedan algunos tarajales, unas tabaibas y los guaidiles exterminadores. Gato viene detrás, a su aire, como si nunca fuese a ningún lugar determinado, con la excepción de las lunas llenas, que va adonde lo reclaman. Abajo el mar brilla óleo azul. La sobrina, la jefa, la mujer, está espléndida; su piel morena brilla al sol. Nos recibe como si fuésemos dos valientes y arriesgados --pero hambrientos-- soldados que vienen a festejar qué victoria. Su amabilidad conmigo me sorprende porque no estoy nada acostumbrado; me intimida (toda belleza me intimida); «he preparado lo que más te gusta», miro a compadre, que definitivamente ya es otro: un niño feliz. Y ha resultado ser cierto, «creo que sería vegetariano de no ser por los chicharros y las caballas», digo, ya en el vino, en las papas, en el pescado, «y la caña», «¿y las mujeres?», y me llega de golpe la luz de «la jefa», su voz, la belleza de su cuello desnudo, belleza que baja insinuante, también desnuda, por el escote, se percibe la brisa del silencio. El día brilla óleo azul. Solo el vino hace hermoso el mundo –evito mirarla--, compadre habla de la antigua atarjea «que pasaba justo por aquí encima», ella es una mariposa y tiene las manos, los labios, los ojos, llenos de mariposas; me deslumbra, y creo que lo sabe, pone su mano en mi brazo, sonríe –no quisiera que la quitara nunca, es suave su calor, me trae memorias de sensaciones lejanas--, miro el mar, disminuida y silenciosa la costa, ahí estaría yo ahora, «en el verso dormido»; esto no es real o es solo una licencia fugaz que se ha permitido el tiempo; algunas gallinas sueltas, algunos pájaros también picoteando, Gato los mira mientras se relame con el festín de las cabezas de los pescados. Está radiante con su vestido de tirantes, estampado, infinitas mariposas de colores, la piel le brilla. El vino me da más sed; para compadre es lluvia, promesa, exorcismo, «¿sabes que es una bruja?», «una bruja de verdad». Y ella ríe como una bruja, seductora, feliz. Esta tarde es hermosa, se lo digo a «la bruja»: «esto es un privilegio», «lo es», y su mirada desnuda la extiende por el paisaje luminoso, entiende que hablo del lugar o es que prefiere referirse al privilegio del lugar, «es un lugar sagrado», dice compadre y ha dado la definición exacta. Para mí este día es un regalo y lo recibo feliz. Soy un privilegiado. Me gusta verla moverse, erotiza el aire, hace que respirar sea una caricia, pero el tiempo del regalo se me acaba y pronto he de bajar «destino casa». Entra a la casa y trae café a la atalaya del patio donde todo es ensoñación. Me gusta verlos besarse, ver cómo desprenden y comparten amor en cada gesto, «ella también es feliz», le digo a la tarde que empieza a debilitarse, «vamos dentro», dice «la bruja», que no acepta mi «debo irme ya», «¿tienes qué hacer; entonces?», «¡más vino, más vida!», exclama compadre.

quintín alonso méndez

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