martes, 5 de julio de 2016

El último sueño de un viejo


-a veces tengo mal carácter, me hago insoportable.
Propuestas o mandamientos que cada día resonarán, sin eco, sin voz, pero sonoras, dolorosas, untadas en mermeladas, en la vacía estancia del derrumbe
-necesito un espacio para mi soledad
-me dejarás dormir
-siempre habrá mermeladas y queso y té con leche en el desayuno
-iremos al mar
-me dejarás poner mi música
-toda la casa olerá a sexo
-habrá chocolate, vino blanco seco y frío, aceitunas y olivas
-me leerás poemas
-me mostrarás tu mundo
-habrá sexo todos los días, participes tú o no participes
Quemarán los surcos de la escritura entre las yemas de mis dedos, quemarán sus pieles de seda, las estrías sutiles de tu cuerpo, las huellas de tus heridas, quemarán sin descanso, hiriéndome en los ojos, lacerándome el cuerpo del alma, arderé cada noche y caminaré deshabitado cada día que me quede. Arderá cada día con su noche, dentro del aguacero de las lágrimas. Serán los dedos, escarbando en la soledad del aire, los arados.
Subiré al bar de la atalaya a diario, apoyándome en un palo de morera, tanteando el polvo, abriéndolo en canal, posiblemente buscando ese surco que lleve al mar, y, mientras, iré hablando a solas, pero contigo. Hablando sin sentido, palabras desconocidas, quizás demasiado primarias, de raíces demasiado metidas en lo más profundo de la tierra, de los orígenes que no salieron a flote, o quizás sean palabras de otros idiomas, de idiomas inexistentes, o palabras inconexas, signadas, puede que arrancadas a sueños que no fueron soñados, o tarareando fantásticas y melodiosas melodías con mi genial oído de hojalata, que hará que los pájaros huyan, más que enloquecidos, despavoridos. Alguien me mirará, llevándose el dedo índice a la sien, haciendo que lo atornilla. No me importará. ¡Qué podrá saber el imbécil mundo de los imbéciles de una incontestable historia de amor sin historia! Escribiré algo, de vez en cuando, tan a menudo, cuando sea tan intensa la dolorosa sensación de no hacer nada, de nunca haber hecho nada, dejaré que la mano se pierda por los renglones oscuros de la vieja libreta de campo, sabiéndome en la más inútil desesperanza, me saldré de mí para hundirme en la escritura, mi refugio o mis mundos que no encontré ni habité, frustrados mundos que palpitan tan apartados de mí, ellos también. Escritura cansina que se queja y no dejará de quejarse como la leña en la hoguera, o que se tiende lánguida y perezosa como las horas de las tardes somnolientas, pero escritura en la que se advierte el goteo implacable de la sangre desguazándose. Escribiré
Quintín Alonso Méndez

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