lunes, 5 de enero de 2015



De «Últimas notas»

A diario

El adiós no se nombra
sólo se le deja caer y que ruede
cuesta abajo
por la pendiente del tiempo.
O dejarlo en esa vieja esquina en la que nadie se detiene nunca
o en ese banco del parque donde únicamente se sienta la ausencia.
Al contrario que el hola, que estalla en los labios como fruta de agua,
el adiós tiene fríos y secos los labios sellados, los ensoñados ojos puestos
más allá de las montañas, donde un hola empieza con sus primeros vuelos.
La distancia es la orilla, el instante del hola, la eternidad del adiós.
El silencio donde no hay mundo. Fue soplo que el viento desvió. Fue nada.
El adiós calla para no herir y cruel hiere en su más honda voz callada.
El hola y el adiós caben en la misma mano,
en el mismo acto de la mano deshaciéndose en el aire,
sólo los diferencia el sabor del beso en el mismo beso.
No cabe el adiós en la palabra, es raíz ya seca en tierra seca,
es palabra muerta, que así nació, congelada en el beso del hola
              


                                                     Quintín Alonso Méndez   

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