jueves, 18 de septiembre de 2014



De «Últimas notas»

Poema de las hormigas de lomos de plata negra


El castigo solemne de catedral de barro construida bajo tierra
de escribir que no estás, tierra pantanosa que engulle lo débil,
raíces que se deshacen, más castigo que el castigo de la ausencia.
En estas estoy, inventando la muerte, su vestidura de huesos desnudos,
la diseño, la creo, la yergo sobre palos secos de árboles perdidos,
la hago mía, la dibujo en las noches de luna que los lobos devoran.
Este castigo dulce de escribir a la sombra de un árbol de hojalata,
donde el sol muerde y araña y escarba en la sed de la tierra seca.
Podría escribir la verdad, más solemne, que aquí nunca estuvo nadie,
pero necesito unas gotas de serenada para que la tinta resbale
y se incruste en el papel, necesito ese tiempo del tránsito. A esto,
donde existe la vida, lo llaman vacío. Aquí es la serenada, lo que soy.
Nada. Han matado a todos los gatos. También a los perros libres.
Nunca se habían vendido tantas correas, tantas cadenas, tantas ataduras.
La dulce lluvia hija de las sórdidas penumbras de escribir que no estás.
Es lluvia de gotas de sombras bajo el sol que arde, miel del hierro fundido,
aunque en esta tierra perdida nunca hace calor ni frío.
La vida sabe mentir cuando está en juego no mirar
para no ver cómo la muerte se desangra.
Escribirlo las infinitas veces necesarias hasta que la mortandad sea olvido.
Aquí abajo, en un rincón nunca visitado, agoniza un poema.
Aquí lo trajeron las hormigas del invierno, tan poca cosa el poema  
que se lo llevaron en volandas sobre sus lomos de plata negra.
Flotaba el poema, como si hubiese olas en el aire,  rasguños de agua,
sobre sus lomos de seda terrosa. ¡Hormigas de la tristeza!
No es una ola el círculo del día.
Sólo la risa sabe fabricar senderos pintados de verde y de flores de colores.
Y sabe fabricarlos ondulados, con pequeñas pendientes.
Como ha de ser la textura líquida del sexo.
Mientras dormías dulcemente plácida, anillada a tus sueños de humedades,
yo me levantaba y me sentaba a la mesa de la soledad, frente al mar de la noche,
a hablar con la muerte, a decirle que esperara un poco, sólo un poco más,
un mínimo tiempo para que te diera tiempo a despertarte y volar
hacia donde los senderos pintados de verde y de flores de colores
te esperaban con los brazos decididamente abiertos. Fue así.
Me quedé solo, y mientras habitabas y te cobijabas en tus sueños,
escribí el poema de las hormigas con los lomos de plata negra

Fotos de May

Quintín Alonso Méndez

No hay comentarios:

Publicar un comentario