Así empieza El eco de las mareas calladas, novela aún sin publicar
Para empezar, he de decir, y por ello
lo afirmo y lo firmo, que ocurrió. Y puedo decirlo porque las mordeduras que a
menudo siento cómo me desgarran, las nadas que me consumen --no hay día sin
desgarros ni noche sin asaltos al vacío--, así me lo confirman. Ahora, sobre la
tumba, se podrán poner todas las flores que se quiera, eso no vale de nada, y no
por nada, sino porque la muerte, es decir, la distancia, sigue ahí, inamovible,
silenciosa bajo la tumba. No podría decir que indiferente, cuando se sabe que toda
distancia tiene dos extremos, dos puntos de apoyo, y esos dos extremos no dejan
ni dejarán de latir, de distinta manera, con distintos latidos a un lado y
al otro, según el curso de las estaciones y el discurrir de los años por ese
alambre extendido a lo largo del abismo y que el tiempo se encarga de ir
minando, oxidando, como se minan las resistencias de las rocas por el arrebato
del viento. Detengo la escritura. Toso. El tabaco se ocupa y preocupa de
mantenerme viva la tos. Quizás en estos momentos precisos, del que yo ignoro el
momento, el lugar, una pequeña sonrisa, tierna, un pájaro azul, ha echado a
volar. Esta pequeña historia, para mí intensa, infinita, no dejará de palpitar.
Quintín Alonso Mébdez
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