viernes, 13 de diciembre de 2024

 

Versosdelaplenitud 27


Aquél hombre no tenía adónde ir, por eso estaba en todas partes, invisible como un dios. Una vez estuvo en un lugar donde no debía de estar y la sentencia fue firme. El destierro. Nunca más podría estar donde crecen las flores. Se hizo a la mar y se perdió tierra adentro, donde gobernaban la sed y los silencios. La sequedad era su mundo. El mar en lo más lejano, como el horizonte, y la lluvia nunca llegaba al suelo. Su destino era no dejar de caminar. Cierta vez, en las lejanías del tiempo, una mujer lo saludó, no llegará a saber por qué, pero le dejó, en lo profundo de la oscuridad, prendida una pequeña luz con la que lograba mirar y ver. Desde entonces camina conmigo, aunque raramente nos hablemos

A aquél hombre, a este torpe aspirante a viejo, no dejó de maravillarle y de asombrarse a diario por las menudas tan inmensas luminosidades de la naturaleza, por sus criaturas deslumbrantes, desde la libélula, la hormiga, la mariposa, la abeja, a sus océanos más profundos, a sus cumbres más elevadas. Preso sin cadenas, libre de su tiempo, no tenía prisa por no llegar a ninguna parte. Él esperaba pero nadie lo esperaba. Se tradujo en fugacidad de la existencia, en esa eternidad que se queda, escribiendo quimeras  

 

quintín alonso méndez



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