Cómo hacer para que cambien los vientos
y me traigan alas,
los ánimos necesarios para acercarme
y besarte.
Cómo hacer que desaparezcan las nieblas
del cuerpo maltrecho, de la sed en fiebre,
¿regresar al poema,
beberte?
Cómo hacer, desbrozar al tiempo,
quitarle las cadenas a las palabras,
sus vestiduras viejas,
acercarme a saberte
Desde muy adentro, venido de un
silencio sonoro entre las rocas, me brota un hilo cristalino de agua fresca
resbalando por un verano, cuando te escribo. En las oscuras noches del frío, en
los amaneceres que se desbordan en uvas y violetas y se desmayan en azules
dorados cayendo la tarde, como si fueran cálidas frutas de tus bocas, en
nostalgias venideras, en presentes ensoñados. Siempre, en cada aleteo del aire.
Cuando te escribo
Aquí, donde el dolor es el miedo y el
miedo es no volver a verte, no volver a respirar el aire puro que desprende tu
presencia, alimentando de uvas y violetas, de brisa ensalitrada, la soledad
donde lentamente me desvanezco
La creencia ahora, en estos tiempos de paisajes desolados,
de pájaros grises cubriendo el horizonte,
de que el dolor ha estado siempre,
más dolor ahora que cuando mis labios sangraban
con tus besos de fuego: El adiós estaba cerca:
Había pájaros grises cubriendo la descubierta luz
en las ramas del incendio
Soy el poeta que nació de una infancia asustada, huidiza,
el poeta de los árboles, de los pájaros, de mis gaviotas y
mis gatos,
de los libros viejos y olvidados, el poeta de los geranios y
lo pobre,
el que te escribe para acompañarte y acompañarme cuando los
silencios son grises.
Soy el poeta que no supo amar. Descubrí lo oscuro y feroz del
mundo
apenas al nacer, como isla aislado. Me llené de preguntas
abstractas,
borrosas como nadas plomizas flotando. No han sido
contestadas.
Supe de la deriva larga por nieblas espesas, interminable la
deriva,
ya me supe para siempre tristeza, destierro, desde donde te
escribo.
Soy el poeta que aprendió de lo que se pierde para caminar
por el presente,
el que a solas te nombra en lo más adentro. Adonde no llega
lo cierto,
solo los encuentros, cuando en tus silencios me recuerdas al
leerme
¿Dónde el sexo de tus labios, cuando me hablaban versos de
fuego
y agua, en qué lejanas cercanías se guarecen?
¿Dónde el sexo de tus ojos, donde dejabas se sumergieran
mis alas rotas, en qué desconocido, profundo océano navegan?
¿Dónde el sexo de tus manos, pobladas de pájaros y aguaceros,
dibujando en mis manos bosques y arenales sin fronteras?
¿Dónde el sexo de tu sonrisa, carnosidad del polen, única
flor
donde libaban mis deseos, aún ebrios de sed buscándola?
¿Dónde, en qué destino, en qué esquina desencontrada,
los palpitantes sexos de cada poro de tu presencia?
¿Dónde, dónde, las fuerzas mágicas, poderosas,
que me lleven despojado de miedos al sexo de tus bocas?
¿Dónde el sexo de tu voz, que me quitaba las tristezas
y rumorosa me llevaba por los paisajes del edén?
¿Dónde, en qué lugar del tiempo, se hará plenitud,
carne en tu cuerpo, el sexo en fiebre de mis versos?
La
convalecencia del dolor lo resquebraja todo,
lo agrieta,
deforma las palabras, las imágenes,
sopor del
sueño, la horizontalidad hunde,
diluye la
escritura, deforma la lectura, anula,
en fiebre
debilita los sentidos, enturbia la mente,
todo es
cárcel, la luz lejana, en las fueras,
dentro es
fuego calenturiento que roe y devora.
De la
ligereza antigua hace mudanzas, desvalija,
solo va
dejando espesuras espesas, peso de la nada.
Querer abrir
las alas, movimiento, aviva el quejido,
dobla más
las fuerzas, los huesos, no queda más que silencio,
silencio,
más que nunca la claridad se muestra en toda su crudeza,
un vasto y
pedregoso desierto sin horizontes
quintín alonso méndez
vengo de una
noche dormida en un silencio profundo,
de un día
solitario de sol enfebrecido,
de una
eternidad adolorido y ausente,
de un dolor oscuro
atravesado en el camino
hiriéndome
los pies, la sangre, las fuerzas.
Despertar es
el mirarte de nuevo, atmósfera de los sentidos,
renacerme aquí
dentro, donde despiertan los sueños
