Que la tristeza no nos
tumbe
el santuario de los
sueños,
que la tristeza no
seque la escasa agua de los surcos
que le queda al mundo,
dándose por entendido
que el nos es el yo acostumbrado a las tristezas,
siempre reacio y rebelde
a las costumbres del desapego.
Que la tristeza no
venga para quedarse,
que pase como pasan las
cosas bellas,
no dejando más que
huellas de fuego en los huesos del alma.
Que la tristeza no nos
arrebate la última fortaleza
contra los ciegos de
corazones y mentes,
que permanezca posada
sobre la mesa la deuda del beso pendiente,
húmeda y
resplandeciente como primer beso bajo la lluvia.
Que la tristeza no le
ponga fecha a lo interminable,
a la rendición, a la
entrega de las armas de la escritura
escribiendo en las
carnes de tu esencia más íntima y revolucionaria
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