La delicia del queso líquida se
deshoja
vertiendo avalanchas de sabores en la
boca,
flores del cactus
como lengua de hembra
invadiendo el sueño,
deseo entonces de recorrerte
líquido como el fuego.
La abeja en la flor de la tarde,
anida el mirlo la pereza,
posado el vino como pubis
en la copa de la mano.
Quema la ternura del sol como un beso.
Te presiento, haciendo brisa de
pájaro
en las ramas del árbol.
Más cercano el horizonte que el
presagio.
Un instante se hace eterno si se
prende al dolor,
apenas fugacidad si prendió en la
dulzura.
Caen hojas secas, del ficus, del
laurel, desde los tejados del viento.
Por los suelos se deslizan polvorientas
las serpientes de la sed,
una mano seca, estéril, se aferra a
la escritura,
y detrás de las verjas, en la huerta
abandonada,
llueve humedad del frío, frialdad de
la niebla.
Insensible la mano sostiene el
cigarro, la sombra de un recuerdo,
la imagen de la belleza que me saluda
desde el otro lado de la calle
y se aleja tejiendo sus tiempos, una
pequeña herida en la raíz del beso,
rotas las tejas en el suelo, como
hojas secas,
vacía la casa, llena de silencios, se
llena de los murmullos del océano
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