viernes, 30 de enero de 2015


    De «Poesía póstuma, anónima»

En cada rama de árbol de agua de noche
habita un planeta con ojos tristes.
Habitantes que fueron del pasado.
De cuando la luz era una remota distancia
y el camino un solitario regreso a oscuras.
Eran búhos los ojos de la noche.
Ninguna voz en los tejados ni en la puerta de casa.
Cada tarde caía el miedo en mis manos,
eran pesadas alas sin pájaros,
ahí se quedaba el miedo,
hasta el anuncio del primer sol.
No se ha ido, cada tarde vuelve.
El menudo día lo caminaba despacio.
Así lo camino ahora, es seco páramo el paisaje,
los recuerdos no han dejado nada,
todo se lo llevaron quienes todo trajeron,
así lo camino, despojado,
tirando de sus hebras de luz en torpe intento
de que no llegue la penumbra de la tarde.
Pero llega. Nunca se irá. Planeta de vértigos




                                              Quintín Alonso Méndez

miércoles, 21 de enero de 2015




Del libro de poemas  «Poesía póstuma»

perdido en la escritura,
y al salir de ella
perdido en la jungla del mundo
                                    anónimo     

Después del silencio 
¿Qué hay detrás del silencio? Estuve allí.                                                                                  
Toqué la materia del verso nunca escrito,
el latido de la roca, la parálisis de su pulso ciego.
Detrás del silencio está el infinito mundo del no regreso.
¿Y después, qué hay después del silencio? Ahí estoy.
Como una barca sin mar o una seca rama sin árbol.
No pueden ser leídas a ese lado, en las tierras del antes,
las palabras escritas en la otra parte y que dibujan el después,
son palabras que se quedan a oscuras dentro del olvido,
pero si se pudieran llevar a las tierras del antes y fuesen vestidas de letras,
esas palabras delicadamente vestidas dirían que el después del silencio
es ese abismo que se sabe, si por cosa del destino no existiera el horizonte.
Al lado de acá, adonde se llega después del silencio, como un guásamo,
estas inhóspitas e ignoradas tierras del después
son las legendarias tierras donde inmolada la esperanza,
la escuálida indiferencia es la única habitadora

                                                        Quintín Alonso Méndez
  

lunes, 19 de enero de 2015



Gracias de «El edén de Salomé» a todos los que la han arropado con la presencia y la emoción







Mi infinita gratitud a todos los que han ayudado al vuelo errante de «El edén de Salomé»
Quintín Alonso Méndez

viernes, 16 de enero de 2015




Hoy, 16 enero 20.00 horas
                           «El edén de Salomé»

En lo que se hunde el año, la araña negra de la vida
va tejiendo su invisible tela espesa,
donde caerá, atrapado, lo más frágil,
todo aquello que en su delicadeza no sepa  alejarse
de la palabra vencida, del derrumbe de los sueños,
es mirar por la ventana y es ver lo que se aproxima
por la línea del tiempo, nubarrones de lluvia gruesa,
cestos de mimbre vacíos rodando por las laderas,
ventoleras de silencios que apenas si moverán el aire,
también se acerca lo que nunca podrá irse,
todo lo efímero,
desde una noche sin dueño
a un roce  por debajo de la mesa,
desde la alta mirada en la frente
al más inexperto de los besos
es mirar por la ventana
por donde siempre ha sido el regreso
en lo que se hunde el año
el sendero se pierde en la negrura
que baja y baja bajo mis pies
y se hunde hundiéndome
en la oscuridad oscura
como la boca más oscura de la lejanía,
sendero resbaladizo por donde resbalan vencidos
aquellos sueños, aquellas alas, aquellas débiles alas
de insectos huérfanos que apenas si nacieron,
sin tiempo para aprender a mirar, a sentir el peso de la luz,
manos y labios y dientes se aferran
a la raíces más cercanas y más profundas,
la mirada no deja de bucear en las entrañas del tiempo,
aún con la sed que quiere gritar esperanzas,
pero las fuerzas son escasas, desfallecen
y van abandonándose al destino del abandono
(del «Edén de Salomé»

 


jueves, 15 de enero de 2015





Ateneo La Laguna, mañana 16 de enero 20.00h.
                    «El edén de Salomé»


Viendo aquellas fotografías, el mundo me cerca,
se reduce a un fogonazo de nubes en jaulas,
aprieta y se me hunde en las vértebras,
indaga en las cenizas que llamean,
se estrechan los días que hay entre los dos tiempos,
se reduce a polvo la memoria, la casa de la memoria,
hay un temblor en la mano desasistida
en el gesto que el aire atrapa y engulle
y toco aquí, me sube por la garganta toda la ternura almacenada,
lo único que tengo, que me queda. No existe la palabra
que defina
que pueda decir
ni aún aproximarse
este dolor que sólo a mí me pertenece
que crecerá conmigo
único testigo que palpará lo que lo palabra no sabe escribir


 Se extingue el aire como una llama débil
a cada golpe de tiempo
que cae del lado de las zanjas del silencio
se extingue la llama ante la debilidad del aire
ramas débiles, se doblan los huesos,
los sueños se empozan en sus propias aguas
se caen los días como hojas secas,
desmadejado el viento, los gestos débiles,
apenas con fuerzas para dibujar alas en el suelo,
se apaga la luz de los ojos, se apaga,
la tristeza ciega, mata los sentidos,
empobrece la sangre, débiles los gestos,
apenas si logran apoyarse en la caída de la tarde,
se caen los días como hojas secas,
las huellas ocultas bajo la yerba,
una gota de rocío espera al sol

 (de «El edén de Salomé»)









miércoles, 14 de enero de 2015




Viernes 16 de enero a las 20.00 horas
                       El edén de Salomé

Desde de la más callada y remota esquina de los recuerdos,
salta un latigazo de luz que muerde y ciega, hundiéndose la tarde.
Viene a arañar los ojos, a traerme justo esa imagen, ese salto perfecto
al vacío, al dolor más vacío, más sin pertenencias, más dolor renacido,
cómo decírtelo, más cierto, vivo en carne viva, puro dolor que mata,
¡cuántas veces me he apoyado en el árbol de la soledad,
sabiendo que no hay más árboles en mi camino!,
alrededor zumban risas, palabras, caricias, juegos de seducción,
y el horizonte me devuelve en silencio lo que le he dado: nada.
Basta un soplo en el cristal para que se resquebraje el mundo,
se rompa el puente de un estallido, se desvanezcan los futuros,
basta un no de la impotencia o del orgullo o del miedo o de la rabia,
para que el sí de las uvas se desangre, se desangren las veredas.  
Desde la más callada y remota esquina de los recuerdos,
viene la muerte, ¡lo que era la vida!, a buscarme
                        (del «Edén de Salomé»)







viernes, 9 de enero de 2015


Ateneo La Laguna  Viernes 16 de enero a las 20.00 h.

Suele suceder que la duda no es miedo
sino certidumbre del fracaso.
La insistencia rompe la roca
pero la duda se mata sola,
se vuelve al pasado,
es roca seducida.
El árbol solitario es triste y solitario muere
porque no puede sostener abandonado  

todas las ramas del tiempo

(del «Edén de Salomé»)

Cuando no se tiene nada, el asomo del todo te ciega.
Metido en la celda oscura, sólo se ve más oscuridad dentro de la oscuridad.
Salir al patio sin gorriones se agradece, ya se sabe que los pájaros son libres.
Y el patio es entonces una ventana amplia en el suelo, que oculta el abismo,
crecen algunas yerbas entre las grietas del desgastado cemento,
ahí hasta el alma es frágil, se deja llevar por la melancolía
de las tardes que nunca fueron o que fueron en otra parte.
¿El crimen?, la voluntad del abandono, la fe en el infierno.
Me dice el cuervo renco que la risa siempre estuvo, lo creo,
¡hasta en el dolor más mayor, la risa venía a la cama y besaba la frente!
Así me decían que era el mundo, así ha de ser, abierto como un sol,
ahora que se cubre el cielo de nubes nostálgicas, quietas.
He perdido otro diente, mordiendo en el agua de la noche.
Entre la puerta de la celda y el patio, hay un pasillo que dicen lleva a la eternidad

 (del «Edén de Salomé»)






De «Últimas notas»

La última tarde
Es tarde de sol tibio. Es desnuda la tibieza.
Arde como un niño en el pecho de la madre,
suavemente arde, y de ahí, de esa ternura maternal,
de su desnuda sonrisa, de ese discurrir de la mirada
por las aguas de un sol de enero,
mana el tibio oro de un atardecer temprano.
La libélula ha pasado, rasgándole la piel
al sentimiento oscuro que enjaulado
no tiene adónde ir. Libre en sus pérdidas.
Como un cometa, la lágrima del destierro
vaga por el frío abismo del firmamento.
Es tarde es soledad es telaraña invisible
es arte la silueta del silencio escondido,
lienzo errante lanzado al viento,
arte que como arte camina a solas,
voluntariamente indefenso,
por eso muralla entre la yerba, arte,
esas columnas del mármol de la isla inexistente
jamás alzadas por las alas de la estancia
que se diluyen y desaparecen
devoradas por la herida de la noche,
herida que se abre carnosa y lejana,
tan lejana como lejano fue el beso nunca dado
de una vida que estuvo y no se sabe que estuvo,
tierna tarde que se va para no volver, que no está
que nunca estuvo, todo ha sido siempre un gris de nubes
un callado y diario entierro de tardes desnudas
sólo entibiadas por las fiebres de los años

                                                Quintín Alonso Méndez

lunes, 5 de enero de 2015



De «Últimas notas»

A diario

El adiós no se nombra
sólo se le deja caer y que ruede
cuesta abajo
por la pendiente del tiempo.
O dejarlo en esa vieja esquina en la que nadie se detiene nunca
o en ese banco del parque donde únicamente se sienta la ausencia.
Al contrario que el hola, que estalla en los labios como fruta de agua,
el adiós tiene fríos y secos los labios sellados, los ensoñados ojos puestos
más allá de las montañas, donde un hola empieza con sus primeros vuelos.
La distancia es la orilla, el instante del hola, la eternidad del adiós.
El silencio donde no hay mundo. Fue soplo que el viento desvió. Fue nada.
El adiós calla para no herir y cruel hiere en su más honda voz callada.
El hola y el adiós caben en la misma mano,
en el mismo acto de la mano deshaciéndose en el aire,
sólo los diferencia el sabor del beso en el mismo beso.
No cabe el adiós en la palabra, es raíz ya seca en tierra seca,
es palabra muerta, que así nació, congelada en el beso del hola
              


                                                     Quintín Alonso Méndez   

viernes, 2 de enero de 2015




De «Últimas notas»

El sol de la vida

Nunca un sol duró tan poco,
un breve diálogo con el crepúsculo,
miedo a que se fuera la luz
porque demorar el adiós
es pedirle al regreso que no vuelva.            
Duró media cerveza en el patio,
un tanteo de vacíos en busca de un cigarro,
duró ese fugaz vuelo del humo
deshojándose azul en el aire,
el parpadeo de una mariposa.
Fue sólo un sutil rasguño en la carne
apenas gemido débil de pájaro.
Indeciso un instante
pequeño insecto de luz,
inflexible después
yéndose precipitado
incandescente
detrás de los muros
que imitan las piedras.
La tristeza
dejó que la mirada se fuera
por el camino oscuro
de los que se fueron.
Tan poco duró el sol
fue tan leve pero tan cierta su rozadura
que le bastó un roce al sueño
para caerse adonde caen las alas





                                                     Quintín Alonso Méndez