martes, 17 de marzo de 2015



Del libro de poemas
                                  «Las cuerdas del violín»

Es en la tarde apacible de un sol dulce de abejas
--se estira marzo, alarga su cuello de cisne negro--,
que me siento a sentir cómo es la estancia de quien no espera,
 como esa dócil vejez agradecida, renqueante, que se saca al patio
cuando los lagartos se tienden sobre las piedras. La brisa también es pereza.
 No hay tiempos pasados ni tiempos futuros. Quizás no hay tiempos.
Creo que estoy en ese momento absurdo en que ninguna dolencia me duele.
O no importa el dolor del antes de venir ni el de cuando entre en casa
--a la flor del avellano le sobra espacio para acoger la inmensidad del mundo.
Cuando cierre la puerta, dejarán de existir los pájaros, las gaviotas, la luz.
No sé sabe qué habrá cuando vuelva a caminar el tiempo. Ahora es aquí.
Tiempo que puede cristalizarse, ser patio. Impasible vejez y ser patio.
Quedarme en estas tierras de nadie. Morirme como se mueren las abejas

       

                                                   Quintín Alonso Méndez


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