Te hago llegar mi sed de ti de la
única manera que sé, pobremente escribiéndote. Son infinitas de distantes las
distancias entre verte y verte. En ese espacio interminable, donde el tiempo es
espesura de silencios y soledades, navego por el sueño de encontrarte en uno de
esos días por los que divago errante, perdido sin la luminaria de tu presencia.
Las noches y los días discurren como sombras por los viejos muros de piedra del
tiempo, sonámbulos, llevados de la mano por la búsqueda interminable. Te pienso
mirando una flor, un pájaro, el vuelo de una gaviota, la música de la marea, la
luz del atardecer que desnuda se deja caer, derramándose en la piel del
paisaje, y con la voz rota te nombro, ¡ah, mujer, mi sed, fiebre de mis versos!,
como si besándote
Hoy soñaré. Salgo a los caminos del
mundo