me enseñaste que la palabra temblor
existe,
tiene cuerpo. Me mostraste su materia:
el fulgor de la medianoche.
Me diste a beber del néctar de sus
misterios,
de las uvas de sus bosques.
Me enseñaste a mirar el mecerse de la
brisa
en las ramas de los árboles
mientras iba cayéndose la tarde como
limones ensangrentados.
Me enseñaste la secuencia del latido embrujado
por la marea,
el sendero mágico que lleva a los
labios,
al oscuro valle de las mariposas,
húmedo vientre del sol.
Me enseñaste a sentir el pulso del universo.
Pero tenías tu arma secreta
para dejarme en el desamparo:
no me enseñaste que el fugaz temblor
de lo eterno
no tiene regreso
Me enseñaste que la palabra temblor existe,
temblor del escalofrío, temblor del éxtasis
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