jueves, 7 de noviembre de 2019


Música de mar (50)




Envejecemos juntos,
con una amistad en la que no nos reconocemos,
los recuerdos y yo.
Cuando atardece,
nos sentamos en la terraza de casa
a ver pasar las gaviotas
de regreso a los acantilados negros,
proa mirando hacia el este,
quizás hacia donde
para alguien
sea el amanecer.
Se desgranan en imágenes, fugaces olas,
en rumores incesantes,
las alas del tiempo otoñal.
Como las gaviotas, los sueños
pasan y se desvanecen.
Se nos apaga la luz con falso paso de lo lento,
nos estamos haciendo viejos -nos decimos, sonriendo,
recuerdos y yo, sosteniéndonos en el bastón
de la tarde herrumbrosa-; mientras,
el silencio,
poco a poco,
serpientes por las caderas,
se viste de noche:
con ojos de lechuza,
con el cuerpo vencido de los deseos
las palabras desnudas, desnudo el beso,
el latido que te llama incesante;
hojas doradas en el árbol viejo.
Sin mirarnos, recogemos nuestras cosas,
ateridos vacíos desmenuzándose
en plena desazón de lo que calla
-estallidos en lo oscuro de la roca, mordidas del agua-
y nos vamos dentro, a lo más adentro,
a lo inconmensurable,
adonde la soledad de casa
ya nos echaba de menos




quintín alonso méndez

No hay comentarios:

Publicar un comentario