El último sueño de un viejo
__¿Te sientes mal?
__La espalda.
Hoy, el reloj de las
estaciones me duele en la espalda, que me dice que esta noche hará frío, pero
un frío distinto, seco, de crujidos de huesos al quebrarse. Pero no permitiré,
cierro las alas, ningún dolor más allá o más acá de mi dolor interior, fuera,
totalmente afuera, apartado de la materia, porque dónde está mi materia si no
está en mí, o al menos no está conmigo. ¿Y por qué digo la espalda, y no te
digo por ejemplo las rodillas, o en el centro mismo de los huesos, o por qué no
te digo que me siento extrañamente bien, tranquilo, esa tranquilidad que seguramente
ha de transmitir la nada, este dulce y tristemente dulce placer de saberme
muerto y amargamente saborear esta pausa dentro de la muerte, este instante
venido de una jugada siniestra, macabra, perfecta? Creo que la sabes, que la
estás presintiendo, mi muerte prematura o ya antigua. Muerto he venido a ti y
me ves muerto, y con tus maneras calladas, sencillas, de decir y hacer las
cosas, te alejas queriendo no dañar donde el daño ya no puede herir, únicamente
apresurar el desenlace, el abatimiento de las alas, apáticas alas que nunca
pretendieron volar. Cuando se alcanza una cierta edad, ya se llega tarde a
todas partes. Estoy de mal humor, quiero decir que estoy a punto de ponerme
desagradable. Domino al loco que me domina desde las sombras, a ese chiquillo
que nunca maduró y que se va quedando calvo porque le faltan los bosques, los
palmerales, los senderos de la infancia. Asumo que a partir del derrumbe, ¡ah,
cómo intento sostener las columnas de lo que ya sólo son ruinas!, todo será una
monótona línea que volverá a tomar su punto de partida y proseguiré mi camino, el
ascenso al abismo de lo oscuro, de lo que estaba escrito. Me rebrota el mal
humor con esta invasión del desierto con ventoleras en la atmósfera, parece que
pretende avisarme. Ahora soy el loco. El camarero es más incrédulo que yo, te
mira a hurtadillas sin disimular sus ganas de follarte, y a mí me mira como a
un bicho raro, fuera de lugar o del momento. Es lo mismo. En el derrumbe diré
que nadie ha sido jamás tan amable conmigo que en el breve instante que estuve
contigo. El ignorar es la mejor y quizás la sabia manera de respetar.
__Bésame --. Mientras te
beso quiero aprender a besarte. Cada beso es un aprendizaje, pero cada beso es
el primer beso y sé que no aprenderé. Se agota el tiempo. La sonrisa del día te
llena el rostro de libélulas. Mariposas blancas en los geranios. Un gato
tumbado en la placidez del muro donde da el sol. Tu mano posada en la mía. Miro
tus dedos, la misma blancura y la misma delicada delgadez de las mariposas, el
mismo aleteo. Así los sentí moverse en la madrugada, como mariposas,
desanudando los enredados nudos de mi cuerpo, madrugada nacida de infinitas
madrugadas en que te llamaba, te modulaba, y te ponía piel. Te cuento que
cuando era un crío, el bar de la atalaya era un salón de empaquetados donde se
empaquetaban los sueños y los esfuerzos diarios y se enviaban a un futuro que
nunca vino, y que los domingos por la tarde subía hasta aquí, el salón cerrado,
sin ningún empleado, un silencio y una soledad que no tenía nada que ver con
los días de trabajo. Te cuento que subía y me sentaba en un muro de piedra,
soledad perfecta rodeada de pájaros, te señalo al fondo, donde empiezan los
árboles, a comer hinojo.
__Ahí te dibujaba –te
digo.
__Por eso sabes a menta
--. Te miro, entre sorprendido y agradecido--. Podríamos decir que sabes a
menta entabacada –sonríes, me besas, retengo mi lengua en la tuya--. ¿A qué
saben mis besos?
__A fresas y almendras.
__¿Sí? –Me miras. Me
emociona hasta el dolor las sonrisas que me regalas.
__Estoy mojada… --me
susurras, y siento que tu voz es del temblor de las olas al subir la marea de
este mar que te has traído contigo.
Al pasado lo mueve la
memoria y lo trae aquí, aunque deslavazado, resbaladizo lleno de olvidos, y lo
deja caer sobre las páginas de la historia.
La savia blanca lechosa
de tus raíces más íntimas en mi boca. Te bebo y quiero beberte, no dejar de
beberte y beberte la primera vez cada vez. ¿Por qué no te encontré en estos
siglos pasados, por qué no quise encontrarte? Si leo en tu mente, me
equivocaré, y si no te leo, también. Me duele preguntarte en qué piensas, me
duele y me asusta. Ahora todo es recordar, cruzar la calle y caminarla por el
lado de los abismo, por donde los precipicios se precipitan en cascadas de
tristezas, abundancia de tristezas que clavan sus uñas de agua en la garganta y
deshace las palabras
Quintín Alonso Méndez
Recorro despacio tus letras. Me gustaria ser lector para poder solo leerte.
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