Escriturasfugaces
El asiento vacío donde
la poesía se sienta cada tarde a escuchar la música
que brota del silencio
de las palabras, a intentar pintarlas quizás
con los colores de la
niebla, esconde todos los secretos
que las muertes y los
temporales se llevaron. También guarda la brisa fría
de los desencuentros,
algunas manos entrelazadas que el viento zarandeó.
Hojas verdes que
otoñaron. Besos que los pájaros y las palomas
luego picoteaban al
amanecer. Fueron al igual heridas que risas
arrastradas por las
lluvias a la tumba de la tierra. El asiento vacío
donde la poesía se
sienta está asentado sobre arenas movedizas
o son remotos océanos
por los que la mente divaga débil y náufraga.
Lejos cualquier
vestigio de orilla, de baranda a la que asirse,
lejos la mesa donde las
palabras apoyaban los codos a la luz de la vela
y soñaban con un día posarse
en tus labios y merecerte.
Lejos las sombras que
eran olas negras en el techo y las paredes,
húmedo y triste el
dolor que habitaba la casa. Y era miedo, sinsabor del miedo.
Certeza de que el miedo
y la tristeza no dejarían de sentarse conmigo
en el asiento vacío donde
lánguida y cansada cada tarde se sienta la poesía
a ver pasar los versos
que atraviesan los silencios y vuelan a tus labios,
a los nidos de tus
manos hechas para las caricias más tiernas
Quintín Alonso Méndez
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