Escriturasfugaces
El mundo tiene alas y
mis pies se enredan en el alquitrán
de la raíz más profunda
y oscura.
El mundo tiene vuelo de
altura, de gigante gesto mínimo
que se alza, se eleva, ahí
las águilas picotean la luz.
Alas tiene el pez que
traspasa las aguas. Alas tiene el hambre
la sed que repta por
entre las rocas, desangrándose. Alas tiene el vuelo.
Se alza la negada
mansedumbre, el estigma del no a la historia del sí.
Vi agrietarse la
secura, la desdichada penumbra del cuerpo pálido.
Vi desparramarse al
sol. Vi la columna del humo ascender.
Una mujer me leyó la
mano. No me dijo lo que vio,
no quiso mirarme a los
ojos, «tienes algo que hacer, vete a hacerlo», me dijo.
Con el imperceptible gesto
de la pluma o del pájaro negro, rechazó mi dinero pobre,
«para el viaje», me
dijo, levantándose y perdiéndose tras una cortina o un vestido
de mariposas, se agitó
el paisaje, se quedó desnudo, inmenso, lo vi desmenuzarse.
En esa esquina del
desierto vi cómo se alargaba mi mala sombra. Temblaba de frío
el tiempo de la noche,
sin estrellas, sin gatos, sin rastros de planetas.
Impasible crucé la
calle, entré en el bar. Le sonreí al mostrador. No había nadie.
Altas horas del vuelo,
tan cercanos los territorios que no existen, ¡ah, luna!,
un nombre escrito en la
pared. Era un arañazo en el alma cada letra.
Entonces recordé, la
mujer que me leyó la mano, sus dedos de mármol rozándola,
«en tu casa no hay
paredes», me dijo, y de la mano el vuelo echó a volar
con un vestido de
mariposas. Le vi un temblor a la marejada de la noche.
Cuando abrí los ojos, ¡oh,
tanto tiempo los ojos mentidos, no viendo nada!,
estaba en el lugar de
siempre, sentado, escribiéndote.
Escribiendo la pausa
del vuelo
Quintín Alonso Méndez
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