Escriturasfugaces
Hiciera lo que hiciese
me iba a equivocar,
ya me lo advirtió el
pájaro de la noche.
La voz de una mujer me
clavó la tristeza para siempre
una voz con ojos
sacados del frío, de mirada oculta.
Ojos negros les dicen los
salteadores de mujeres.
Nadie me creería si
dijera que la bella mariposa
de colores que este
mediodía me rondaba en la costa
dibujando trenzas de
nubes de la suave seda de tus labios
mientras le pintaba
barcas con nombres de sirenas
a las palabras, es la
misma mariposa que ahora ronda
en la azotea y me dice
todos los silencios
todas las distancias
que caben de aquí a tres días.
Nunca una presencia me
duró tanto.
Es tan callada y tan
sincera la renuncia
que de vez en cuando
vienen a visitarme
los insectos que nacen
de los versos carcomidos
por el salitre y las
lejanas olas que se alejan.
Me saluda la gaviota
desde lo alto de su faro.
La libélula se fue hace
tanto tiempo
que dejó de tener alas
el anochecer de la noche
violines el rumor de la
marea
Quintín Alonso Méndez
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