Escriturasfugaces
Cuando me vengo acá a
escribir, abandono mi muerte,
la dejo en su tumba
sedienta de cuerpo. Vuelvo pronto,
le digo al perfecto abismo
negro del tamaño de mis formas.
Escribo desbordado de
mí mismo, masa sin continente
ni contenido.
Desperdicios de años que han pasado
por esta desvencijada puerta
del color de la brea.
Tanto tiempo metido en
mí y sigo sin conocerme
ni encontrarme. Se ha
ido, soplo sangrado del buey del aire,
el espacio que me
asignaron. Soy el que ya no soy.
Escribo sentado porque
así el paisaje está más quieto,
y si la mano se me cae,
pulso quebradizo de lo ingrávido,
pájaros que no dejan de
emigrar del alma, la caída torpe
apenas dolerá, un
apenas quejido del suelo,
de la herida que se
abre esperando el ajuste de la espada.
Cuando me vengo acá a
escribir
(he llegado a hacerlo
con los dientes royendo
y los dedos escarbando en
la cal de la pared),
sé que vengo a demorar
un poco la noticia de la muerte,
la propia, la que no
llegaré a oír, como tantas otras canciones del agua.
Como puñales irán
apuñalando el silencio las nueve campanadas.
Lo más triste, apenas
si escribiendo nada, si acaso
una sutil insinuación
de lo que más amo, no por otra cosa,
sino porque los
atardeceres me hablan y me dicen
que quizás la fiebre
viene de haberme soportado,
de crear el universo
falso de haber amado. Nunca amé
ni me importó nunca la
vida porque menos me interesó la muerte.
Carece de interés lo
que la sombra de un viejo fracasado pueda pintar
o escribir manchando
las palabras. Dejar el cántaro vacío en su mundo aparte,
que en vano se invente
en el espejismo del sol
que tiene valor e
importancia un verso absurdo, una pincelada al recuerdo.
Pronto estaré de vuelta
a casa,
le digo al perfecto
abismo negro del tamaño de mis formas
Quintín Alonso Méndez
No hay comentarios:
Publicar un comentario