Escriturasfugaces
Viniste desnuda a casa
a que te vistiera con las plumas
de mis dedos de mis
labios
llegaste cansada,
sombras de tierras ocres en tus ojos,
colores de otros
mundos, de otros relojes,
llamaradas de llamadas
incesantes te reclamaban,
eran pájaros de mal
agüero con disfraces violáceos,
te dormiste en un lecho
de ternuras desconocidas
pero sin sabores, eran
olas sin mar o un mar sin mareas,
extrañamente dulce el
sueño, el sopor, liberado el miedo,
te cubrí con alas de
vuelos y mirada de pájaro solitario,
no tiraste al mar el
reloj del regreso.
Cuando despertaste, yo
no estaba. Estaba el cobijo
de la mirada que
siempre te esperó.
Te colgaste del cuello
del futuro, le cantaste tu canción,
a mí me cantaste la
canción de todos los pasados que nunca tendrían presente,
«siento que ya llegó la
hora…», esa fue tu canción del «hola»,
a él le mordiste en la
boca la canción del futuro, gaviota de agua dulce.
Despertaste y estabas
en casa. De un mal sueño se tiene siempre
el frescor de un
despertar feliz. Aquí abajo, en el muelle,
las sirenas deformes,
sin el sexo de la palabra,
me confirman que nunca
llegaste a pisar la isla que no existe
Quintín Alonso Méndez
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