La Prosa (42´)
No importa la tristeza de la
suavidad. La vida late. Cada marea es la misma marea con ropajes y ánimos
distintos. Solo es eso. Hay libros que son faros; otros, mundos desconocidos
pero presentidos. Otros libros son los silencios de una vida. En este libro que
tengo entre las manos –el peso ingrávido del mundo, la materia de los sentidos—hay
versos que alguna vez rescaté. Un pequeño orgullo que comparto con casa, Gato y
el aguardiente. Hoy lo comparto con los efluvios de la resaca; los sentimientos
callan, navegan solos. En la página cero leo un verso que me pertenece «este
libro es para ti». El de la última página también me pertenece «te encontré:
este libro es la certeza de saberte». ¡Ah, qué importa que no se me sepa!
Triunfante la vida. Los besos siempre resucitan. Solo el pesimismo sueña. Te
sueño. ¡Mareas largas en diciembre, y el dinero es virtual, y me cobran por
pedir mi dinero! Son pacientes, saben esperar, todos estaremos muertos pronto,
entonces será el Gran Sueño. Soy del mundo antiguo y me iré con él: ya no volverá,
será dogma lo de «ya nada es lo que era», pero, ¡ah, la tragedia!, ¡o al fin la
felicidad, de vuelta a la esclavitud!, nadie sabrá cómo era el mundo, millones
de años enterrados en la nada, ningún vestigio, ninguna huella, la Historia
mangoneada, la Biblioteca de Alejandría nunca existió, Alejandría tampoco,
¡solo Occidente, el rico dios Occidental! Lo demás es terrorismo, los últimos
coletazos del diablo, de las ballenas, de las flores, del agua, del
pensamiento. Follar será una pastilla elíptica de rayitas blancas y rojas con
un rectangulito azul con estrellitas blancas, a tomar cuando la luna amenace
con la redondez del círculo (si se quiere llegar al éxtasis supremo, al
verdadero paraíso, tomar la de rayitas rojas y amarillas, con el peligro del no
regreso, de tan poderoso el placer que produce). Maldita resaca. Beber será
aspirar el color de la pantalla cuando se ponga colorada. La intimidad más
íntima será usar el móvil con la luz apagada. ¡Compadre!, ¿dónde estás?, ¡saca
todas las botellas de caña que tengas, que no nos moriremos mientras quede una
sola gota de sed! Oigo por la radio –una emisora cualquiera, judía, como
todas-- una noticia esperanzadora sobre el tiempo: se ve una pequeña nube en el
horizonte. La gaviota del atardecer pasa a mi lado, ¡el mar está cerca! Hermosa
resaca, que me acerca, hasta rozarla, a la locura. Y bendita sea (en la lista
de la compra, ella se olvidó de anotar «vino», resaca imperdonable, a secas).
Lo bueno, o vete a saber, de mis resacas, es que al día siguiente no recuerdo
nada. No me tumba la noche, me tumban las tristezas y el dolor de cabeza.
Alimento al frío; mientras vuelvo a la locura, «el estado de las cosas
naturales», me pongo en el papel del escritor y me dedico a escribir el «Ensayo sobre la penuria»
quintín alonso méndez
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