La Prosa (35)
¿Qué recuerdos se inventa la memoria y cuáles oculta? Tengo
conciencia voluble y lealtad de isla. Los climas me cambian los ánimos y mis
ánimos cambian el clima, en eso soy un dios. Día sorprendente. Y compadre me
sorprende: hoy tiene clima de luz, ni una sola lata de conserva al final de la
barra, que brilla pulida como recién estrenada: y más me sorprende: me habla de
la «sobrina» del cura. Quiere contratarla, «la casa necesita las manos de una
mujer», pero en la mirada que me evita veo mucho más que manos, «lo que
necesita tu casa es que la cuides, se te está cayendo encima», «precisamente a
eso me refiero»; a compadre le ha entrado la fiebre del miedo, de la soledad, y
mayormente no tiene cura, y eso me asusta, me recuerdo lo que soy. Solo hacemos
trascendentes los fracasos, los triunfos son cuestión de suerte y son fugaces,
es la filosofía que compartimos compadre y yo desde los primeros sarpullidos, pero
compadre ahora tiene fiebre, y lo curioso o extraño es que me parece bien,
aunque le ponga cara de reproche, sobre el mostrador la visión de un
confesionario a oscuras, «saca la botella de caña, anda», le digo. Terminamos
hablando del mar, que se nos está muriendo envenenado, como todo el planeta, «tenemos
la gran suerte de ser pueblo», poco a poco la venta se va llenando de luz
blanca, del color del aguardiente. «Explíqueme eso, maestro», le pido, poniendo
voz seria, adulta, responsable. Abre los brazos que sorprendentes vencen la
gravedad, como plumas de pájaros inexistentes, pero no, luego caen, pesados
como fardos, es el triunfo de la debilidad, de lo más fuerte, el triunfo de los
sentidos. Todo dicho. «Hace mucho que no nos emborrachamos, carajo, qué mejor
día que éste», la marea de la botella de caña sigue bajando, luz apacible,
cálida, buena para los huesos, casi me atrevería a decir que luz de momento
feliz. Esa mujer ha entrado con buen pie en «nuestro» mundo, muy pocas han
tenido el privilegio de pertenecer a nuestras utópicas borracheras, de ser las
destinatarias de nuestro homenaje eufórico. Hoy me toca a mí acompañarlo en su
«luna de alcohol», alguna vez le tocó a compadre soportarme y llevarme a rastras
hasta casa, pero mis borracheras eran trágicas, ésta es solemne, religiosa; sí,
es luz de momento feliz. Y la pienso.
La resaca no es tan religiosa. Blasfema. La costa amenaza con
despedazarse con las olas y mi cabeza contra las rocas frías del alcohol. Hoy
es mañana de versos derrotados, despatarrados por entre los charcos, agonizando
en la arena. Creo que no aprenderé, pero pienso en compadre y eso como acto
reflejo –eco de lo que se aleja-- me lleva a pensar en ella. La entiendo más
que nunca. Me alejo de mí, mi propio olor me da náuseas, olor ácido y olor a
gasolina que más me marea. Detrás de los ojos fijos en mí, del color del mar musgoso
de Gato, veo los oscuros ojos vacíos de la muerte, fijos en mí, acechando a la
presa.
quintín alonso méndez
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