La Prosa (14)
Mientras caminan despacio, saboreando el camino del tiempo,
llenándose de todos los olores curativos del campo, van masticando raíces.
Atardecer en que no hay que apurar el paso, porque el caserío está ahí,
protegido por la pequeña loma color manso, mirando hacia el poniente, una
pequeña serpiente estirada color ceniza sube tensándose desde una chimenea
hasta el techo del cielo, que la engulle. Se detienen, respiran, «hoy es día de
suerte», y los dos se llevan mano y pata, a la cabeza, tocando serrín por si
acaso, «que la noche también sea de paz», y empiezan a bajar una escalera hecha
en la ladera de la loma color sangre vieja, seca. Oyen los cascabeleos de las
cabras de regreso, Perro mueve alegre su negra y larga cola, le gustan las
cabras, son como él y su compañero, están locas. Los recibe un olor que
embriaga a verduras hirviendo, entonces recuerdan el hambre, la sed. El
apetito. Han recorrido la distancia del olvido al recuerdo. Como el recorrido
del amor, del «nunca te cansas» al «siempre estás cansado». Momento en que el
cansancio se sienta a la sombra. Es el agua en un cacharro, es el vino en una
jarra de barro. Es una comida pausada, las noches, vengativas, no tienen prisas
si ellas, perra en el ámbito de Perro, mujer en los dolores que le duelen a
Hombre, no están contigo. Hay agua, hay vino, hay noche, hay pan, hay un queso
duro de leche de cabra y flores del cactus que inunda el paladar al deshacerse.
«Viene viento», dice el hombre que les ha abierto la puerta de la casa, muros gruesos,
ásperos pero acariciantes, de piedra de cantera, que detienen el calor y
guarecen del frío. Hombre asiente. «Viene del mar». Hombre detiene la jarra con
el vino en el aire, Perro sonríe en el suave palmeo de la cola contra el suelo
de tierra dura. Los dos han visto por primera luz desde que partieron hacia
dónde. Duermen fuera, al cobijo de un pequeño, prodigioso porche, hecho con dos
robustos palos de eucalipto y con techo de hojas de palma afirmadas con barro,
titila la noche.
«Pero mañana no será día para caminar, sino para protegerse
de sus bandazos y remolinos. El viento mata, es el soplo de dios»: recuerdan
ahora, mirando las estrellas Hombre, el silencio quieto de la noche, Perro, lo
último que dijo el hombre antes de retirarse a dormir con el buenas noches de
costumbre por estos lugares
quintín alonso méndez
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