La Prosa (10)
«Me gusta la densidad de la
transparencia, el solar áspero de lo que siempre permanecerá vacío
Las valentías son torpes, a cada paso
equivocan el camino»
¿Qué se siente cuando se lee lo
recuperado? Que vuelve la carnosidad del tiempo a morder donde es la herida y
la impotencia lo envuelve todo de tiernos pero amargos recuerdos. Cada edad
lleva su mensaje y su cosecha. Pero sin la lluvia, sin los sueños que trae la
lluvia, la tierra no germina, y de tiempo en tiempo a la tierra hay que
removerla, que no se ahogue oscura y se muera, necesita el aire, la promesa de
que por el aire vienen los vuelos, las semillas. ¿Qué se siente cuando se
recupera lo leído? Eso no puedo saberlo, le digo al verso que palpita en mis
silencios.
Me tropiezo con el mediodía, ¡tanta
luz, que ciega! Es la hora del cigarro y de ponerme un rato a hablar con ella,
caminando por la costa, viendo cómo me hace el trabajo la marea. Sonrío, qué
importa la tristeza, si pienso que a ella ahora le están viniendo pensamientos
dulces de paseos por la costa. El momento en que más disfruto en mi trabajo es
cuando siento el tacto de mis dedos en las trenzas del musgo, liberando con
paciencia palabras y silencios, sobre todo silencios. Ya en casa, escribo los
silencios, las palabras no, ellas se fueron, se hicieron a la mar nada más
sentirse libres. Vivo en un lugar donde primero se entierran los sueños y luego
los cuerpos. Sí, de la costa rescato incontables sueños y cuerpos muertos, y
seguramente muchos de esos cuerpos murieron la peor de las muertes: con los
sueños vivos: son los sueños que me llevo a casa y que procuro, dentro de mis
limitadas artes, resucitarlos en versos, que al menos sean vistos sus vuelos al
amanecer y sus vuelos de regreso, cuando atardece. He visto construir cárceles,
preparar los trasmallos, cárceles para cuerpos vivos con los sueños vivos, ahí
me sumerjo, destrabando alas de los anzuelos. Satisface hasta lo inimaginable
ver el suspiro del ala liberada del miedo mortal. El chapoteo de la vida de
nuevo en el agua. La orfandad es una ola gigantesca. En la orilla nos encontramos
los huérfanos. Enseguida nos reconocemos porque miramos a la lejanía, como si
el horizonte contuviera lo que nos falta. Horizontes que oscilan según la
estación por la que camine el tiempo. Hoy es lejanía, palideces tristes, el
aire que quema, paisaje difuminado por la calima. ¡Ah, este verso que acabo de
rescatar, sublime y espeso como la miel!, «beso tus bocas mientras me deshago
náufrago deshabitándome dentro del mar». Un verso no es más que la complicidad
de un beso. Son tantos los besos de a diario, aunque despoblados besos. Besos
que ya no forman parte de la complicidad. Se eleva majestuosa la soledad. Es
cuando el pasado adquiere presencia, ¿en realidad me sigo esperando?, ¿hasta
cuándo, hasta que sea el regreso al origen del círculo?
quintín alonso méndez
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