El último sueño de un viejo
Prolongándose la tristeza
porque en algún momento de lo que será mañana, ah, derrumbe insaciable, devorador,
en algún momento y en algún lugar de la resbaladiza memoria, las dos gaviotas
ya no volverán, la pareja de cernícalos al fin lograron su propósito, supieron
esperar el momento más débil de la debilidad y devoraron el huevo que
eclosionaba, la cría que ya rompía la cáscara, el envoltorio que la protegía y del
que pronto saldría a la luz ciega de este planeta salvaje. Me quedaré triste,
más triste, más despojado con una congoja que se sumará a la confirmación del
abandono, de que todas las naves partirán. Seré más pesar, más abandono. Más
soledad.
Me crecerá el miedo a
estar despierto en las profundidades de la noche, también el miedo a dormirme.
En un punto indeterminado
del derrumbe, grotesco derrumbamiento patas arriba --toda catástrofe propia
invita a la risa y a la burla ajenas--, con los sentidos descosidos entre
ellos, desgarrones de sus pieles, cada uno vagando por su cuenta, desconociéndose,
ignorándose, perdidos en un rumor espeso, mezcla y mesturanza de silencios y de
estallidos en la mente, creeré oír voces, voces mezcladas pero voces limpias, como
dardos, como separadas por indestructibles paredes, aislantes paredes
transparentes, voces que algo me dirá que conocí hace tiempo, pero que no sabré
identificar, voces sin rostros que me llegarán de fuera, de fuera de mí y de
fuera del espacio, pero voces que oiré retumbar, como parpadeos de campanas
lejanas, dentro de mí. Voces gruesas pero suavemente suaves, finas como hilos
inconfundibles de agua. Con la sensación simultánea de voces llamadoras y voces
alejándose, también despidiéndose. ¿Adónde se irá el mundo? ¿Adónde, después de
que me deje completamente vacío, después de que todas las naves hayan partido?
Voces cortadas por finísimas hebras de cristal, limpiamente separadas entre sí.
Pero una voz. Una voz. Solamente es una voz invadiéndome, ocupándome desde
todas las dimensiones. Ataviada con todos los vacíos, con las vestiduras de
todas las distancias. Única voz con todos sus espacios, pero sin tiempos y sin
espacios. Voz que no procede de ninguna materia, aislada, sin palabras, solo
son acordes, recuerdos de que la materia, la esencia de la materia, no estuvo,
de tan material que estuvo, de tan fugaz. Pero voz que vendrá a decirme que no
estuvo, que no podrá irse de donde nunca estuvo. Voz que quizás busqué en los
labios de la brisa y que vendrá a decirme que un desgraciado accidente del
espacio en el tiempo hizo que nunca estuviera. Un zarpazo de viento o de miedo.
En esa voz veré de cuando en el inexistente instante, instante de escritura, me
despertaba en la noche, de latido en latido, y allí me quedaba, embebido en la
luna de tu cuello, en los negros bosques profundos de tu larga cabellera
extendida en la almohada, a veces me levantaba, incrédulo, y miraba por la
ventana, ahí donde la osa mayor me marcaba el norte, tu origen y tu destino, e
incrédulo y temeroso, me volvía, y ahí estabas, hermosamente dormida, sueño
profundo, inconcebible, de mi alma. Con miedo, torpe, me acurrucaba en ti,
cerraba los ojos, y te veía, te veía, paisaje de mi mundo, mi materia, mi aire.
Mi vacío tocaba tu materia, la materialidad desnuda de tu ser.
Será entonces, en el
derrumbe, en la oscuridad completa, el descubrimiento de la nada, la placentera
pena de perder el tiempo, de dejarme llevar por las dejadeces, una forma pobre
de sentirte a mi lado, de hundirme en la escritura y tener la sensación de que
en algún espacio de la infinitud del espacio, en algún instante, estuviste
aquí. Mágica y dolorosa escritura. Cerrar los ojos y verte en la escritura, ver
cómo se estremece la tierna flor en su tierno tallo, un abanico de arcoiris, el
vértigo, y en el paisaje con sus graznidos el mirlo enfrentado al cernícalo,
intentando alejarlo del nido. Será placidez, tristeza, abandono, la sensación
indescriptible de los sentidos perdiendo el sentido. Irremediablemente, te
pensaré, en cada destrozo del derrumbe, en cada astilla que se me clave, en
cada golpe de brisa, en cada átomo de instante, en el relampagueo del sol de la
luz, mordiendo y arañando cualquier resquicio de recuerdo. Todo será tú. Toda
tú. Tú, la mujer que habita el mundo y no me habitas a mí aunque habites en mí.
Más allá de la eternidad. Veré la mayor ternura y la mayor delicadeza en el
pájaro con sus crías, ese pájaro me dirá que para amar, primero hay que amar y
luego atreverse a amar, ¿dónde me quedé yo, tan lejos, tan antes del origen,
tan alejado del amar? ¿Y por qué de pronto unos remolinos de viento, y se
pondrá a llover? ¿Y por qué de pronto el espacio detendrá al tiempo,
desaparecerá instantánea la lluvia, y mudo y quieto el espacio le quitará la
tela blanca a la niebla y brillarán quietos inquietos el verde y el azul, y por
qué entonces, tú, invisible, desnuda, serás la brisa que me hiera y me aturda y
me más me entristecerá, ¡ah, mis manos vacías!, inmóviles, detenidas en el
instante, en tu desnudez con la mía? Esta distancia dentro del derrumbe, que
unirá y atará como un abismo, y al abismo, al derrumbe me atará. Justicia de
soledad, justicia de infernal frío bajo un sol pálidamente pálido vestido de
pálidas nubes.
Quintín Alonso Méndez
Muy bello. Pero muy triste. Cuando acabará, cuanto abarcará?
ResponderEliminarCuándo acabará? Nunca!! Aún quemando la última página
EliminarCuánto abarcará? Todo!! Reescribir eternamente sin tinta ni papel