El último sueño de un viejo
¿Serán recuerdos o será
ese deseo inalcanzable que siempre me habitó deshabitándome, despojado y
despojándome de todo lo terreno? No sabré distinguirlos, jamás supe disociar
los caminos de la mente de las nieblas de la realidad, porque solitarios
siempre mis viajes sedentarios por la mente y solitarios y sedentarios siempre los
nublados caminos de la realidad, acabaré así, confuso, sin saber nada,
fosforescente dentro de la niebla, como huesos en el frío de la noche, brillando
entre los delgados y oscuros y altivos cipreses, de sin dudas porque el
diagnóstico será una sentencia definitiva, impagable, nunca mejor dicho,
impagable porque irreversible, certera como la punta de la flecha envenenada,
serpiente viva la noche, engullidora, la extensión de la noche que se extiende
por los discursos y el discurrir de los ríos secos de los días,
oscureciéndolos, apagándolos, resecándolos, abriendo una grieta en la sequedad
a cada culminación circular del día. Velaré la noche, así, renglón a renglón, renglones
escritos y recorridos a oscuras con la tinta oscura de la absoluta nada,
invisibles y oscuros dentro de la negritud más oscura, todo reducido al místico
instante de lo más incrédulo, de lo más surreal, de lo más irremediable. Al
mismo tiempo, vigilaré para que la vida no se acerque demasiado, no sea
devorada y engullida por el agujero negro del derrumbe, sagrada la vida,
intocable su piel. Herméticas las no palabras, las que se quedan dentro,
mordiéndose la lengua, tendrán sus horarios fijos las cervezas y los cigarros,
nunca nocturnos, ya ebria, sonámbula la nocturnidad, horarios de luz
melancólica que irá empalideciéndose con el navegar de las distancias que se
alejan inexorables. Todo rompe todo se rompe y todo se romperá en el derrumbe,
rompiéndome, tu voz y la ausencia de tu voz, tus silencios y las ausencias de
tus silencios, tus bocas y las ausencias de tus bocas, mismo instante, misma
ausencia, plurales las ausencias en la gota íntima de la única ausencia, eterna
la ausencia, eterno el infierno, el infierno terrenal y el que será más allá de
lo terrenal, la condena eterna, el justo infierno por la no búsqueda de la
presencia, por la no presencia de la búsqueda, la culpabilidad del no secuestro,
de la no muerte entre los brazos, no la religiosa imbécil domadora culpabilidad
religiosa, sí la culpabilidad de los infinitos errores cometidos, no errores,
hablo y escribo de los no actos, cobardes los no actos y más cobardes los actos
sabedores del exterminio y la extinción, hablo de lo que hablaré en la escritura,
del arrasamiento de cualquier atisbo de cercanías, de lo imbuscado y de lo
buscado pero sin querer encontrarlo de tanto que se ansía, de tan prodigioso
que se vislumbra, el susto siempre en cualquier parte, al acecho, acezando, ya
el vacío sin el susto porque siendo el susto mismo, sin el temor al susto, consumado
el vacío, integrado al susto, pero instantes incrédulos sin la visita del
susto, astuto el susto, invasor cuando ya parezca que el susto sea olvido,
lejanía, pesadilla desterrada, majestuosa culpabilidad del derrumbe, de ir a
por el derrumbe por el camino de la mayúscula soledad, escritura baldía, sin
interés alguno para el bullicio de afuera, de la vida sonrosada expuesta al sol
cálido de cuando los pájaros y las flores y las sonrisas son cómplices del
instinto que invita a desflorar los sentidos.
Quintín Alonso Méndez
Muchos de nosotros No vivimos nuestros sueños porque vivimos nuestros temores.
ResponderEliminarTal vez la vida no es para todos....
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