El último sueño de un viejo
Releeré lo que no se
podrá leer, las páginas que morirán olvidadas dentro de las llamas que
devorarán lo que ya no tiene sentido ni marcha atrás, o el destino del
desatino, de lo inentendible, la incomprensión de lo desatinado, el destino de
lo incomprensible, la incredulidad que produce un estallido mortal, el quejido
de la vida al morir, el destino de lo que murió sin haber vivido, páginas que
nunca mostraron interés alguno por el barullo, ni siquiera por la calma del
barullo, miradas cómplices que hacen suspirar a las aves del paraíso, miradas no
a mis ojos, que no querrán recordar ni podrán, porque errantes y perdidos en la
niebla mis ojos, nunca un dolor que vaya más allá del dolor de la nada, nunca
un dolor que pretenda abrir las ventanas cerradas del cuerpo. Solo el dolor
impuramente puro del dolor, del dolor único, invencible dolor que sabrá
llevarme a la más nada, a la gran desmemoria, aunque pronuncie tu nombre como
la última palabra, como la definitiva, la del origen, la de la magia del
instante que no existió, que fue débil burbuja que estalló débil ante el golpe leve
de la brisa que prometía acariciar. Creceré con las amapolas, bajo tierra. Todo
beso que vislumbre me atraerá, me empujará al mundo de los no besos, me
levantaré lentamente porque el tiempo pesa, y me alejaré sin mirar atrás,
aunque se me quedará impregnada la esencia del beso, de todos los besos que no
fueron, resumidos en esa instantánea pero inflexible mirada de la mujer, tu
mirada, como diciéndome «a ver si aprendes». Me alejaré con las lágrimas de un
salitre prohibido de un mar lejano que no me pertenece, ahí dejaré caer las
lágrimas, sin mirarlas, dejándolas que se hundan en la tierra más yerma, en la
estéril tierra por la que caminaré. Como flores secas.
Perpleja y asustadiza la
mirada infantil que se apaga, indiferente la del mundo, envolvente y al mismo
tiempo distraída, en otro mundo el mundo, impasible, miradas las del mundo
fuera del instante, miradas infantiles dentro del instante, pero ya percibiendo
la niñez muerta, hablaré de lo que desconozco, de mí, ya percibiendo que muy
afuera, tan afuera de mí, nunca me encontraré, hecho a la idea desde los
primeros pasos de que nadie tendrá motivos para encontrarme, percibiendo la
rotundidad de la nada, dentro y afuera, entrando y saliendo, como ecos huecos,
invisibles rayos de un abanico sin colores, quizás con pasados, ya no lo
recordaré, pero sin presentes nunca y siempre, sin futuros.
En el derrumbe, la noche
es un bosque sin árboles, y en esa noche interminable las hadas me dirán que
habita un verso en cada poro de tu piel. Se desvanecerá la memoria y seguiré
escribiendo, escritura desbaratada, autómata, hasta que la mano se hunda en la
desmemoria y quede paralizada. Un día, en tu mar, sentada en una roca, entre
gaviotas y desnudos y sensuales olores, un viejo pescador te contará la
historia de un niño viejo que se sentaba a su lado a verlo pescar, y que no
quería que se muriesen los peces, «devuélvelos al mar», te dirá el viejo
pescador que le decía el niño viejo, «¿y usted qué hacía?», le preguntarás al
viejo, «liberarlos del anzuelo, y ponerlos en las manos del niño. El niño los
depositaba sobre las aguas y los peces desaparecían mientras decía sonriente «ahora
vuelan libres en las aguas». Solo sonreía en ese momento, eso lo recuerdo bien».
Verás al viejo de pie afianzar las piernas encorvadas sobre la roca y tirar
hacia atrás de la caña con tirones firmes y precisos, verás zangoloteando un
hermoso pez colgado del anzuelo, brillando en la luz azul de la tarde, verás
con qué cuidado el viejo pescador lo libera y lo deja de nuevo sobre las aguas,
lo verás hundirse en las profundidades, volando libre, mar adentro, «¿y qué fue
del niño?», le preguntarás al viejo pescador, «murió», te dirá, mirando hacia
un punto fijo del mar, donde se hunde el sedal.
Quintín Alonso Méndez
¿ Quién es ese bombón?? Ganas dan de quererla.
ResponderEliminarLa que no tiene nombre,innombrable,su musa será...
ResponderEliminarChocolate. Cuando dos se quieren deben estar juntos.
ResponderEliminarA veces el amor duele tanto que se vuelve insuficiente, a veces toca devolver el pez al mar deseando su felicidad a pesar de quedarnos con el hueco de las manos ( corazón) vacío...
ResponderEliminarAún devolviendolo el pez al mar sigue estando erido,ya no hay felicidad,solo tristeza y vacios...
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