Las ventanas cerradas del cuerpo
Ta ataré a
la luz leí en unos labios de invierno
pero remota
la palabra
no deja de descender
atándose en
trenzas retorcidas a la noche
unidas como
el ojo y la mirada se adentran en la
oscuridad
tan lejos la
luz y yo como la vida y la muerte
a las que
solo las separa un hilo de cristal
ahí en la unión
de las dos espaldas en el eje del pensamiento
ahí reside y
ahí habita la distancia.
En ese hilo del
mimbre del cristal de la
orquídea violácea del coral más azul
reposa sublime
la eternidad y reposa empobrecida toda la nada
las palabras
sordas no hablan
así tampoco
la ceguera escucha los gestos que se vencen
siente el
árbol el desgarro de la rama
como una
herida que no le pertenece y soporta
así
se sostiene en la entrega a la luz y al
agua
siento cómo
me invade el dolor intruso
lo que
recibí a cambio de abrir las ventanas
¡que se
cierre el ventanal de la brisa el
firmamento de los astros!
¡que la
tormenta no tenga piedad de los cobardes!
Cierro cada
ventana despacio con esa paciencia que da
el no tener recuerdos ¿qué hace este bastón entre mis manos?
y ahora que
los nombras
¿cómo se llamaban aquellos labios
de invierno?
Te ataré a
la luz dijeron
y la
gaviota se aleja
tan dulce
como la bondad de una mentira
tan asesina
¡qué bellas
sus alas desperdigando los destrozos del mediodía!
así fueron
aquellas manos despidiéndose
desde la
baranda
Quintín Alonso Méndez
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