La Prosa (57)
Al mendigo del Banco, sentado como adorno
de escaparate en la acera, maniquí barato y desbaratado, espejo pobre y
simplificado del sistema, apoyado en la reluciente cristalera blindada, le dice
alargándole la correa que cuide un momento del perro, y entra al Banco, pasando
al lado del empleado de seguridad, al que ni siquiera mira, no así éste, que ya
no le quita ojo (mientras llama por el celular a sus ocultos compañeros,
posiblemente «alerta amarilla»). La elocuencia tonta del director, ¿nunca se mira
desde fuera, no se mira al espejo, no se ve su aspecto baboso y humillante?, o
lo que sea (soldadito de plomo al fin), lo hace sonreír, y lo deja que hable un
rato, que practique, porque en el fondo le gusta creerse importante, convencedor,
«buen consejero, soldadito bueno», hasta que ya se cansa y piensa en Perro ahí
fuera, y que no se moleste, «deje mi dinero quietecito», que se deje de
zarandajas de inversiones, bolsa, fondos de vejez y demás yerbas, así está
bien, quieto donde está, ya se lo van robando poco a poco, no tiene prisas por
quedarse sin nada, el tipo insiste (de eso vive), se pone en pie metiéndose en
el bolsillo el dinero que ha pedido, «hasta más ver», le dice, y allí lo deja (con
la suculenta comisión perdida, pero el mundo está lleno de tontos, y ya él lo
ha sido demasiadas veces). El mendigo (del empleado de seguridad, ni caso) lo recibe
con una sonrisa sucia pero le brillan los ojos, «su perro me ha traído suerte»,
le muestra el cacharro con varias monedas que tintinean alegres, coge la correa
y le entrega un billete, «gracias, amigo, para que se emborrache a gusto»,
Perro le ladra suavemente. Se alejan por la calle, alejándose del centro
contaminado.
«Si cerrasen los bares y quitaran las
plazas con bancos, no tendría adónde ir», se dice al tiempo que «entra» con
Perro en la pequeña y recibidora plaza de brazos abiertos, con piso de tierra,
varios laureles de gruesos y nudosos troncos, unos cuantos bancos. Se sienta en
el que recibe más luz del sol. Una mujer joven pasea con su hijo menudo y se
sientan varios bancos más allá, al otro lado del mundo, pero el niño salta, no
es edad de estarse quieto, Perro lo ve venir de pie, con la cabeza baja,
respirando alegre, el niño se detiene y extiende el dedo índice de la mano,
como si lo reconociera, Perro deja que se acerque, pero la mujer también salta
y se acerca apresurada, llamando con apuro al niño, Hombre la mira de la mejor
de las maneras que recuerda que se hace y pretende decirle con calma,
buscándose una sonrisa, sujetando a Perro con la correa, «yo no, pero el perro
sí es de confianza», «no se preocupe, no muerde», le dice. La mujer parece
relajarse. La inocencia es la gran puerta de entrada a la amistad, Perro y el
niño juegan, la madre no sabe qué hacer, si sentarse (al otro extremo del
banco) o reclamarle urgencia al hijo, él la mira, «es bella», se dice, «es que
es un confianzudo», dice la mujer sentándose, pero cerca, intentando sujetar al
hijo, «es amigo de los niños, en el fondo es otro niño, estamos de paso», le
dice él sin saber por qué se lo dice, ella, por una vez, lo mira, y Hombre
agradece la pequeña sonrisa que le regala, «es bella», y se le vuelve a ir el
pensamiento al día que tenía el destino escrito,
quintín alonso méndez
No hay comentarios:
Publicar un comentario