La Prosa (56)
Es nocturna la despedida, el «nos
vemos» a compadre, mi «gracias» que se posa en la mejilla y no quiere irse de
«la bruja» -sintiendo muy cerca la flor húmeda y carnosa de sus labios, que
siento estremecerse levemente, o he sido yo, solo yo. Bajo hasta casa con la
noche, sintiendo el frío que me envuelve y me pone en mi sitio. Esta ebriedad
me mantendrá despierto hasta que la oscuridad vaya disipándose. Será noche
larga de larga charla callada entre el mar, los silencios y yo
Acto o día diez. El decorado es el dibujo infantil de una montaña, hecho a creyones.
Un palmeral en medio de la montaña, debajo un estanque, una cabra subida a un
risco, el cielo azul, con una nube blanca y una gaviota, el influjo de ser isla.
En la base del dibujo, una vereda del color de la tierra que asciende hasta el redondo
estanque, una casita de tejas con una puerta y una ventana verdes, un niño y
una niña jugando a la comba con una cuerda.
Desde chiquillo lo acostumbraron a
amanecer antes del amanecer; «en pie» eran las palabras más sonoras y claras que
oía a lo largo del día, junto con el canto el gallo, como dos campanadas
brutales y certeras de bronce en medio del silencio –a veces, pocas veces,
cierto, llevaban incluido un tirón de orejas (en la pobreza, la fiebre no es
excusa)--, y casi siempre las recibía ya despierto, temiéndolas la mayoría de
las veces (el frío mordía debajo de la manta, las sábanas congeladas). Ahora,
haga el tiempo que haga, el reloj domado de la mente lo impele a levantarse aún
con la oscuridad (Perro, enroscado en sí mismo, masticando frutos secos del
sueño, hace que no lo oye, mientras Hombre enciende otra vela y se dedica a su
limpieza física –una buena fregada-- y espiritual --un sentido «buenos días» a
los seres que ama aunque ya no estén--, pero ya inevitable levantarse y
desperezarse, estirándose con sus patas como un balancín de madera, cuando
Hombre abre la puerta y entra la luz débil del alba). Caminar por el alba es la
mejor hora porque el tiempo es callado y lento, aún medio dormido, aunque
pronto todo entra en una ebullición extrema: son las prisas humanas, mezcladas
las horas de la esclavitud y la creación (un dios humano vigila y somete); se
pregunta adónde irá la gente cuando se dé cuenta de que no tiene adónde ir,
«nosotros al mar, ¿verdad, Perro?».
quintín alonso méndez
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