La Prosa (53)
No oigo llegar a compadre y asusta al
yo que no sabía dónde estaba y me sorprende a mí porque es raro verlo por estos
territorios costeños. Me ha cogido sin defensas, en la plenitud del pecado, «¿qué,
escribiendo el parte?» --¡joder!, como un chillido en plena oreja--, fin de la
cita, cierro la libreta (después encontraré un tiempo muerto para seguir en la
utopía de que le escribo y ella me lee), «¡a ver, a ver, abre, abre, que quiero
leer las mentiras que escribías!», ¿qué le está pasando a compadre, ya
desvaría, creyéndose en la niñez?, me arrebata la libreta, la abre y se pone a leer en voz alta, con voz
griega, de ágora, lo oigo desde lejos pero no se oye mal, mirando el movimiento
del mar en la orilla, en cómo resbala por encima de las rocas y los charcos, patinando
en el musgo y desbaratándose una y otra vez, y una y otra vez insiste en su
resbalarse gozoso, «no sé qué decirte hoy de este día, con las montañas ocultas
por las brumas y enfrente la costa despejada, de un azul pálido celeste, que
invita a las nostalgias al ritual, que duele y que salva, de pensarte», un
fugaz instante de silencio sin gaviotas y «vaya, te interrumpí en el mejor
momento», ahora compadre tiene voz de buen humano que a ver qué significa eso,
«las distancias están hechas para joder la pavana», dice, con voz ya suya, me
levanto lento de mi asiento de roca, sin ganas, cogiéndole la libreta de las
manos, «¿y qué haces tú por aquí?», «eso mismo me pregunto yo», hace otro
cambio de tercio con la voz, voz de resignación satisfecha, «buscarte porque la
jefa quiere que te lleve a casa, arriba está, preparando un buen almuerzo»,
¡vaya, la jefa!, «¿la jefa, así estamos, compadre?», he pretendido que mi voz
sea una voz burlona, y para nada, me ha salido una voz neutra –sigo en las
nostalgias, en los charcos--, «y yo el jefe, así estamos», voz metálica que
desconozco, de otro planeta. Nos quedamos mirando el mar, «estamos perdidos»,
pienso, «pero compadre ha sabido perderse a tiempo», ahora su voz es la voz de
los buenos o viejos tiempos, «dice que no acepta un no de ninguna manera», voz
ingenua de cuando la vida era dura y pobre y soñadora, «me mandó a buscarte y a
llevarte sin excusas», voz que raramente nos surge, si acaso en esos pocos
momentos de sentirnos compañeros y apreciarnos (un día tendré que preguntarle
si la revolución que hicimos o pretendimos valió para algo).
quintín alonso méndez
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