La Prosa (30)
Acto o día seis. Es
calma de pueblo blanco con palomas y tórtolas en las pequeñas plazas de piedra,
dos barrancos profundos, perpendiculares, partiéndolo en cruz, cruz torcida
señalando los cuatro puntos cardinales. Antes del cielo están las primeras
cumbres del macizo. Mirando al suelo está la partida de dominó, la botella de
vino; la tristeza es una mesa que soporta los años; los recuerdos son más
fuertes que el desánimo por lo que se avecina. La luna en el cuarto creciente.
«Tuve parientes por allí, por aquellas tierras, les decían la
familia del barranco porque ésas eran sus fincas, se tenían prestadas –sin
tener que pedir permiso a nadie porque «el barranco es de los pobres»-- las dos
laderas del barranco; y allí vivían, en una casa de piedra asentada sobre una
pequeña meseta del barranco, como una pequeña atalaya, ¿me entiende?, semihundidos
o semielevándose. Se dedicaban a las remolachas, de eso hace mucho tiempo.
Solía ir en los veranos, cuando no había escuela», así le habla el jugador de
dominó, mientras cierra la partida con la cabra del tres. Y todo viene del
comentario «de su acento me suena, me recuerda al pasado, porque de ahí venimos
todos, del pasado», Hombre se dio cuenta de que eso era cierto: viene de atrás,
de un lugar al que ya no se puede volver, «vengo de Los Surcos», le dijo,
«claro, ya decía yo que me sonaba su deje», y…«tuve parientes por allí… --fue
cuando bajó a la mesa otra botella de vino, que pagan los que han perdido--
…¡ay, la vida!, allí la conocí, y entre los surcos… ya se puede imaginar… --la
mirada se le escapa a ninguna parte--, la perdición –intenta reír y solo le
sale un sonido hueco, eco de territorio despoblado--, los surcos… usted tuvo
que conocerlos… eran buena gente a pesar de todo –y ahora es el eco quien
suelta la risa falsa del desengaño, del dolor--, allí fue todo y allí fue el
principio de la nada», la tarde empieza a oscurecerse, los recuerdos nos
descuelgan del tiempo real, hace un presente hermoso habitado por el pasado, y
Hombre ya está dándole vueltas a que tiene que buscar una casa para unos días,
pero el jugador de dominó, que ya se ha quedado solo en la mesa --los
compañeros de la partida han marchado con el saludo de las buenas tardes y las buenas
noches: tienen simulacros de hogar y horarios--, no ha terminado de contemplar
las fotos antiguas que hacía tiempo no ojeaba, «y murió, sabe, después de dos
embarazos malogrados murió… pero fue en los surcos, entre las remolachas… se
desangró sin quejarse, nunca se quejó de nada, bueno, de que yo fuera tan
torpe, sí», ¿se ha empañado la tarde, su fino cristal de azul pálido, con la brisa
fresca que baja de las cumbres, con un vaho de tiempo que viene de atrás?
quintín alonso méndez
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