La Prosa (29)
Ahora mismo ahora mismo algún pensamiento está cruzando el
camino y me piensa, hace como que se acerca pero se aleja, sigue su camino de
pensamiento que se pierde la humanidad, su espalda es ligera y fibrosa como un
árbol joven, y sus pasos, sin saber bien el motivo, me recuerdan a un rojizo campo
de amapolas. Veo pasar la flecha de un vuelo. Y ahora mismo, ¿en qué playa o
fantasía de playa esa inconsciente mujer desnuda ejecuta la danza de lo
inconsciente, concienciada en el arco de los sentidos?, ¿a quién reclama, quién
es ese cobarde que no se atreve a desandar el camino y enfilar la aventura de
la tragedia? Me va a faltar tiempo para completar el círculo de la nada, pero
solo ahí está el círculo, la redondez, en lo incompleto. «Estoy de paso, pero
voy a quedarme», eso leo en el incendio de este atardecer, que no sé si es el
atardecer o el fin del mundo. Inmenso en su fiesta de colores, exultantes las
nubes con sus vestidos de seda. Ladra un perro. Se recogen los silencios. Se
cobijan. En una fotografía antigua veo la niñez que desconozco, ¿cómo fui?, ¿cómo
era mi primera armónica que madre me regaló con todo el amor del mundo, con su
cajita tapizada en terciopelo rojo? Era como una hermosa naranja entre mis
manos, con música. Beber vino a solas es triste como el frío. Hago una lista de
la compra de mañana porque sé que me voy a olvidar, y así, mientras, no la
pienso, o pienso en su voz mientras me va dictando lo que hay que comprar, con
la música que a ella le gustaba de fondo, como en un decorado mágico.
Va a ser noche larga, lenta y profunda. Tendrá incontables
arcoiris debajo de los párpados. Será noche despierta. Enciendo una vela, mortecinamente
late el tiempo. Marea baja. Ahora escribir es como leer. Leo las palabras. Recién
nacidas, las desengancho de las redes, las acojo en mis manos agrietadas. Ojalá
sepa cuidarlas y alimentarlas hasta que les crezcan las alas a unas, las aletas
a otras, las armas a todas. Se me van los pensamientos por ahí, la mente tiene
sus propios ojos y desconozco qué miran. Es un paisaje monótono por donde la
mente se pierde, no hay obstáculos, no hay puntos de referencia. La piedra
medio enterrada en la arena, un tronco seco de árbol caído en la barranquera
testigo de algún bosque derruido. Pasa un avión inventando un destino. No se
mueve nada en la quietud. Sin paisajes. El recuerdo de una playa abrupta con
nombre de mujer donde la arena se adentra en el mar. Marea larga, lentamente
sube hacia el amanecer, saliendo de las profundidades. Ha de ascender por las
trenzas de la noche, enredándose con las algas y el musgo, rozará todos los
sabores que ella ancló en la noche madre que parió todas estas noches, las
incontables noches que cíclicamente no dejarán de caer desde lo alto del aire. Serán
noches frías y serán noches templadas, todas solitarias como mástiles hundidos,
incrustados en el fondo del mar. Camino descalzo por el suelo y desnudo por la
noche.
El alba me encuentra caminando por la costa, descalzo, las
lonas en las manos a ratos, a ratos tiradas sobre los hombros. La marea alta. Hay
que esperar a que baje la marea. Va a ser día azul. Desando el camino: estoy
convencido de que la botella de caña, desde la venta del compadre, me está
llamando. Me abraza el frío. Compadre sigue en sus nubes de nostalgias. Aún no
se ha dado cuenta de que nunca se irán. Nubes que no traen lluvias, sino frutas
amargas, agrietadas por la sed, consumidas. Llueven racimos de tristezas,
escasos de piel. Entiendo a compadre. También los días caen cíclicos desde lo
alto del aire, días fríos y días templados, todos solitarios como mástiles
rotos, tirados por la costa. La caña hace que nos olvidemos por un rato de las
nubes. Hablamos de la política de la vida. Nunca arreglarán la carretera. Nos
reímos, «no saben el bien que nos hacen». Gato aparece y se encarama sobre un
saco de afrecho. La botella de caña sigue el curso de la marea. Va bajando
quintín alonso méndez
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