El último sueño de un viejo
__¿Y no te arrepientes de
no haber aceptado ser el negro de tan ilustre personaje? –ella dando por
sentado que ya sé de quién se trata, sin saber que ni siquiera me he preocupado
de asomarme a las “magníficas e interesantes páginas de cultura” de la prensa.
__No –le diré, como si le
estuviera diciendo no a su pregunta de «¿has publicado algo?».
__Al menos habrías ganado
algo de dinero, aunque hubiese sido poco, y el libro hubiese sido más
interesante, eso seguro.
__¿Por qué piensas eso?
__Aunque nunca lo sepas,
eres un gran escritor.
__Ya no escribo –le diré,
igual que le hubiese dicho «ya no suelo venir por la ciudad».
__¿No?
__No.
__No te creo.
Vendrá a protegerme mi
consabido encogimiento de hombros.
__Algunas frases sin
sentido de tiempo en tiempo, en esta vieja libreta de campo –se la señalaré, mustia,
descolorida, siempre a mi lado. Su carcajada estallará desnuda, trayéndome
recuerdos de fresas y almendras en la boca. Me estremeceré.
__La recuerdo. ¿Y frases
sin sentido, dices? ¿Por ejemplo? –sentiré el tiempo detenido, sentiré que a
veces los sueños, como los cíclicos pájaros de la primavera, vuelven para
hurgar en las heridas. Abriré la libreta en el sueño, por donde se le ocurran a
mis manos secas.
__Una vez existió en este
lugar un árbol y un banco de piedra –le leeré, extinguiéndose la botella de
vino blanco, seco, frío.
__¿Y qué te dice esa
frase?
__No sé. Quizás los
primeros besos, quizás los últimos.
Su mirada se volverá
dulce, «el vino», me diré. Perderé la mirada en el bosque oscuro de la libreta,
oiré al silencio desgarrarse entre las hojas, la misma luz agradable en el
patio, el mismo tiempo, la misma hondura triste de un recuerdo difuso pero que
incansable, tenaz, no deja de palpitar, la niebla envuelve el bosque.
__¿Te atreverías a
escribir algo, algo corto? Estamos con una antología de cuentos, y no te
prometo nada, pero podrías estar en ella.
Le agradeceré, con uno de
mis acostumbrados silencios, su forma de animarme, de darme la mano, sin
comentarle que lo de los cuentos me viene bien, «cuentista que eres», sonará en
mi cerebro como estallidos del badajo en el bronce, y me vendrá entonces el
recuerdo futuro, muy cercano, de cuando con la sangre aún caliente oiga las
doce campanadas anunciando mi muerte. Incrédulo me palparé, incrédulo no me
sentiré, pero sí sintiendo la pureza de la soledad, la soledad más pura, de la
astilla del palo.
__¿Algo así como el
último sueño de un viejo? –y será en ese instante, justo en ese instante, ¡ah,
instante terrenal sin materia!, cuando recordaré cuánto te exasperaba, te
crispaba, te ahogaba, te asfixiaba, te desesperaba, te desquiciaba, te
agobiaba, te rendía, «me hiciste mucho daño, ahora con tu dolor ya sabes el
dolor que me hiciste sentir», ¡ah, destino de la flecha que rebota en el eco y
me atraviesa!, porque nos gobiernan más las malas posiciones de los astros que
las buenas, si es que alguna vez hubo una buena posición y disposición de los
astros, y ahí, justo en ese instante seré el regreso de la conciencia,
consciente de esta larga travesía que será más allá incluso de la muerte, o es
que la muerte ya se instaló desde el origen, desde el inicio consciente de la
larga travesía.
Quintín Alonso Méndez
Mañana nos vemos...
ResponderEliminarAquí te espero...hasta pronto...no te retrases...te hecho de menos...
ResponderEliminarla ortografía nos desvela...quien no es
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