El último sueño de un viejo
«Sólo soy una mujer», me
dices, cuando te digo que eres mi aire, es decir, la razón, el alimento de la
existencia. Te respiro, almaceno aire para la travesía, que me dure al menos
hasta la suficiente lejanía que me lleve al olvido más apartado, y que allí se
desvanezcan los motivos de los recuerdos. Innumerables palabras, invisibles, llenas
de racimos de promesas y adjetivos, me rodean, una fuerza magnética inaprensible
y poderosa las mantiene alejadas, fuera de mi alcance, las dejo, ¡qué remedio!,
que floten y dancen en su atmósfera impenetrable y escurridiza; algunas de
ellas, de tiempo en tiempo, por mor de una corriente de aire, por un aleteo
inesperado de la brisa al cambiar de sentido, o quizás por un manotazo
inconsciente del destino, se desprenden de su órbita mágica, las veo agitarse
con sus alas rotas, náufragas dentro de su silencio enjaulado, las miro, las
siento descender, zarandeadas y desangrándose por alguna herida incurable, las
miro con mis ojos vacíos, sin espacio para el amor o la esperanza, las acojo, y
aquí se cobijan, en la escritura de la historia, podrás decir que sin sentido, intrascendentes,
pero son las palabras que encuentro o me encuentran, no hay otras. Las otras
palabras, las que no encuentro ni pretenden encontrarme, son las libres palabras
que crean y habitan y palpitan en tu mundo. Hoy es viento gélido que empuja a
las nubes y se lleva todo, o es este viento frío que reside en mí y cada vez, a
cada golpe brusco y seco de noche insomne, más me aleja de la materia del
instante. Ya sabes que no dejarán de ser las mismas palabras, a veces vestidas
de fría oscuridad, pero desnudas y sin nada que ofrecer la mayoría de las
veces. Palabras huecas, nunca compartidas y que nunca podrán tener la altura de
la voz, la piel de la presencia. ¿Qué es lo que no se lleva el viento? Se lleva
todo, o si acaso se deja grises irreconocibles cubiertos por el fino polvo del
tiempo. Puede ser que también se deje, como ruinas sin fecha, o con fecha
indeterminada, lo que nunca fue. Me gusta ser olvido por los pocos sitios que
he pasado, ser ese simple gesto de una esquina perdiéndose por la otra calle. ¿Caminamos
por la vereda que bordea el barranco, son pájaros los inquietos y brillosos brillos
verdes amarillos azules en los árboles? Tu sonrisa se columpia en la queja de
las ramas. El canto de la vida en tus labios. Quiero besarlos y no los beso. No
son libres, pertenecen al futuro. Como si de verdad fuera el mar, y no la más
solitaria promesa de soledad, regresamos a casa por la costa. Ya no dejarás de
llevar el salitre contigo, protegiendo tu aura violácea, del color de las
violetas de África.
Por las lunas de tu
cuello me perderé en cada madrugada. Seré el más silencioso silencio, el más
lejano alejado y el más respetuoso ante tu sueño y tu nido de amor, cerraré los
ojos y seguiré viéndote, haciéndole prometer al destino el destino más
venturoso y más abrazador para tu vida inmensa.
Quizás tengas razón y
nada más morir ya empiece a echar de menos la vida, o la no vida, qué más da y
qué más dará entonces. En estos momentos, alguien estará sentado frente al mar,
en una roca, mirando las diminutas olas, pensándote, recibiendo con el olor a
musgo, el embriagante aroma de tu givenchy. Los días más grises, grises de
palomas de arena, son los días en que la escritura no se mueve. Confirman mi
inutilidad. Día de calima, de espejismos en la niebla. Gris y arenosa la
desesperanza, el acercamiento de la locura a la orilla, al abismo. Grises las
palomas. Voy entrando en la casa de la locura, que en este instante es la casa
de algo que quiso tener vida. Y aquí me quedo, preso en esta tierra libre. Pertenezco
a la pereza de este lugar. Estamos obligando a la naturaleza al nomadismo
forzoso, y la vamos encerrando en míseros y culpables campos de concentración. Nos
une un puente de palabras, por donde los latidos caminan descalzos. Un puente
de palabras que atravesamos en tiempos distintos, por donde quizás nos cruzamos
en un mismo instante, con un tiempo de ida y otro de vuelta. Con tu hermosa
voz, cantas luna de miel, y no es a
mí, estas lágrimas son la poca ternura que me queda. Miro el cigarro que se
consume, se consume, apenas si le queda la colilla, miro y ahí veo toda mi
vida, un cigarro consumiéndose, que se apaga, se acaba.
Quintín Alonso Méndez
No hay comentarios:
Publicar un comentario