El último sueño de un viejo
Me enamoré
razonadamente, razonando los motivos y los propósitos, a propósito, porque a propósito
quería morirme, exprimirme hasta la última gota, disecarme, no dejarme nada
dentro, acelerar el tiempo, saltarme tramos monótonos y absurdos de la vida que
me esperaban sin alicientes y sin frutos, y así llegar antes de tiempo al fin
del tiempo, sin nada más que la nada caminando sonámbula por un bosque
impenetrable y espeso de palabras, a las que nadie llegará? ¿Y qué es
enamorarse, la llamada de la selva más errática, más perdida en las
profundidades de la espesura más inhóspita, o es el miedo que no entiende nada,
que solo es miedo, oscuridad que apresa? ¿Enamorarse es un motivo para el
destrozo, una disculpa ante nosotros mismos, ante el que nunca seremos,
enamorarse es decir «perdona, llegué tarde, es que me enamoré, y se me cambió
el rumbo de todo»? ¿Enamorarse es reconocer que nunca amaremos, es decir, nos
enamoramos si tenemos la certeza de la derrota, del desastre? Las esquinas están
vigiladas por los servidores del orden. Hay que callar. Cometí el error de la
búsqueda horizontal, como el vuelo perfecto. No sé por qué ni cómo ni dónde,
pero hoy he tenido otra pérdida. No me he preguntado quién eres. Tampoco
intentaré averiguarlo, pero te sé con la mirada fría falsa ausentadamente falsa
de la diosa griega y la sensualidad cruel cruelmente sensual prohibida hembra de
la hembra egipcia. Inaccesible. Miras así, como si tu mirada no mirara o no
viera, me miras sin verme. No estoy, eso te dices, o me lo digo yo. No estoy. ¿Existe
lo que nos falta, o es que lo que existe nos falta, soy la inexistencia? Somos
el Universo del instante y solo somos y seremos en la escritura, en su historia
callada, escondida, y ahora se me ocurre que no sé cuántas vidas hace que no
veo una rana ni oigo su croar en la noche rota. Esquinas rotas en pro del bien
común. Me visto de la opacidad de los días y tú siempre vestida de desnudez.
Tus palabras tienen labios, y al rozar mis labios hacen como los pájaros con la
brisa, alborozados y alborotados, hacen lo que hace el agua, deshojarse. Sabes
que no me quedarán sitios adónde ir. Estaré fuera, en lo más fuera de ti. Ahí
me verás. La luz lejana son ventanas que abre la música que desde aquí no se
oye, ¡es tu día!
De pie ante el espejo,
veo cómo el vuelo remonta vuelo.
El último beso no es
beso, es nuestro instante.
__¿Vendrás pronto?
__Depende de ti.
Quintín Alonso Méndez
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