El último sueño de un viejo
__¡Quién me iba a decir
que me vería aquí, a tu lado, tendiendo tu ropa!, ¡tu ropa interior! –y yo la
tuya, tarde de luz cálida, entre mis dedos, húmedas, tus bragas lilas, negras,
abanderadas, tus blusas, tus faldas, y te miro y me gusta cómo se te marcan los
pezones en la camiseta blanca pintada con rostros de máscaras primitivas, tus
pechos suaves, redondos como lunas, blancos como la blanca ceguera del
estremecimiento más tiernamente temblador, ubres que se mueven libres, gozosas,
suaves como la caricia de esta brisa que nos mece y nos trae instantes tiernos
dentro del instante. Hijos, nos traen racimos de hijos.
__¡Madre mía! – y tu
melena, robada a la noche del sol, se alborota, como si estuviera llena de
pájaros, me golpea tu sonrisa con el dolor y la tristeza del que ve alejarse la
luz, tan cercana y material ahora, en el instante.
__Hoy nos quedamos todo
el día en casa, ¿vale? –me rozas los labios, beso mimoso, cruel, de cariño, de
«no te quejes, mucha gente ni siquiera sabe que existe el amor», intento
sonreírte, pero duelen las piedras frías de tus verdades, la desprendida sonrisa
me muerde en la dentadura, sangro, y ¡ay!, la escritura se salta instantes del
instante, pensando o más bien deseando tan ilusa que aún me quede tiempo para
seguir escribiéndote, la escritura y la mala literatura aún se piensan que la
voluntad lo es todo. Tus carnes vivas, esplendorosas, carnales, no dejan de
llamarme, porque deseo enjaular tu alma en la jaula de mi alma, jaula sin rejas
y sin puerta, jaula dolorida que se incrusta en mi alma amurallada,
atravesándome como se atraviesa la espuma, viendo y mirando tu mirada serena,
implacable, firme, tristemente firme, en su rumbo, ¿por qué he de saber lo que
será, lo que sabré? El derrumbe será esplendoroso, porque, mírame, le he
cambiado el rumbo a tu mala suerte: no estaré. Al derrumbe puedes llamarlo el
futuro, porque sólo en el futuro se halla la muerte. En la escritura te tiendes
al sol, al que le ofreces tu rostro, los ojos cerrados, pétalos de párpados, y le
ofreces tu sonrisa bruja de diosa brillando para la luz cálida que te acaricia,
ofrecida a ti porque estás, venida a posarse en tu cuerpo desde el vértigo del
sol, las hormigas entre tus delgados largos y blancos dedos, te escriben letras
de agua en los muslos, se excita y se alza el deseo con un grito callado, de
sexo otra vez despertándose, llenando la casa con su olor opiáceo, que el
instante sea nada más que instante y se detenga, que la escritura detenga el
tiempo y detenidos nos quedemos oferentes al sol, dulcemente oferentes excitados,
recibiendo el placer de esta calidez semidesnuda delicadamente excitada, ¡ah,
placer de la no materia, temblor en el agua! Hoy eres la niña que a veces pasea
conmigo, cogidos de la mano, tardes borrachas azules de embriaguez disipada, niña
mujer que en mis brazos te desparramas hembra amor, tus paseos conmigo por
calles y caminos que te miran entre comprensivos y agradecidos y entre ellos
murmuran «¡al fin!, ¡el cobarde la llamó, al fin se atrevió, le pidió ayuda!».
Todo el deseo de mi vida metido en este instante. Instante quieto, quizás
muerto, anclado en la escritura. Silencio de abejas. Silencio de hormigas que
se deslizan y deslizan tus dedos, te rozan el pubis… púbico desorden de mis
deseos, ahí tus dedos musitan versos que excitan la piel, la piel del alma, leves
temblores que tiemblan en tus labios, brisas que te vienen desde lejanas
nostalgias que no existirán. Me duele todo. Silencio de la cara oculta de las
palabras, incrustadas en el núcleo del instante, calladas, tristemente
calladas, invisibles, en el oscuro núcleo de la escritura. Nos metemos en los
libros, buscamos sacudidas que ya habíamos presentido, un renglón que nos
arribe a alguna costa donde el salitre nos salpique todos los besos, y no te lo
había dicho, pero hay versos que reflejan lo que siento por ti, depositados en
la única gota de instante que se ha posado aquí, en mis desechos, versos, qué
importa qué versos, esos mismos versos que un día releerás y no recordarás
haberlos leído, de tu boca saldrá un nuevo «nunca he querido tanto», un nuevo
«bien hallada», un nuevo y prometedor «bienvenida», no puedo evitar que el
acero me atraviese, acero de palabras que se han instalado aquí, en mí, en la
escritura, un nuevo «soy feliz», aún a costa de que la felicidad haya requerido
el desgaste de las fuerzas, el abandono, al final la desidia, pero al principio
del final, en el corazón del «hola» del instante, «guapa y feliz» le dirás al
mundo, abiertamente libre, ligera, desnuda, feliz. Nos quedamos en los bordes
de los libros, donde se simulan los bordes de la madera, sus grietas, sus
venas, las estrechas veredas que han fabricado las hormigas, cubiertas por los
helechos, sus abismos no compartidos, como buenos abismos, verdaderas soledades
en las flores de la mentira.
Quintín Alonso Méndez
Quien paso por nuestra vida y dejó luz tiene que permanecer en nuestra alma para toda la eternidad.
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