El último sueño de un viejo
La naturalidad de tu
beso, de tu apartarme, de tu figura ondeándose, lasciva, lejana,
__ ¿no vas a dejar que
termine de arreglarme?
__Sí… --pero te sigo, me
pongo detrás de ti, diosa ante el espejo, pero me oscurezco, lentamente me
diluyo. Desaparezco.
Desparezco en tu olor de
hembra. En tu presencia carnal de escritura sin cuerpo, pero corpóreas las
palabras, sensuales, mojadas, sensibles como briznas de yerba después de la
serenada. Cuando el poder hace ostentación de lo que hace, es que entonces
nunca sabremos lo que hace. Mi escritura calla, y se hunde, pero de pie,
desnuda, triste y ancianamente erguida, herrumbrosa. Suele pisar y caminar por donde
la humedad más oscura porque más profunda, falta de luz, ¡ah, la verdadera luz,
la luz negra!, me espera. Sola la escritura y con el orgullo de la soledad a su
lado. Pequeña escritura, soledad grande. No es demasiado ruidosa la soledad, ni
siquiera ruidosa, nada de hrabaliana, sólo se oyen los ruidos de los silencios de
los sueños de los pájaros de los suicidios suicidándose. ¡Cómo empequeñezco al
salir a la calle contigo de la mano!, tu hermosura bruja deteniendo el
instante, deslumbrándolo, haciéndolo mágicamente real, ¡ah, escritura!, tú en
la luminosidad de la noche serena, estrellada, fulgor de Venus, yo adentrándome
en la niebla, conmigo, sin mí, yendo a ti. Instante donde caben las esperas de
siglos, pero donde los siglos de la espera se desbordan, caen derrumbados. Me
ves reír, ves mi primera y última risa, es como si la hubieses traído y ya te
la estuvieras llevando. ¡Ah, instante luminosamente ciego, veloz como el
éxtasis de la nada, cruelmente real en la escritura, imperecedero! Tu mirada,
de paseo en barca por la laguna al anochecer, suavemente nevando, me dice que
te llevarás todo lo que has traído al instante, a este instante en que me
susurras que estás mojada. Y es cierto que cenamos algas, hilos de musgo,
cálidas lumbres de susurros y sonrisas, rociadas por un adormecedor y frío vino
blanco, uvas negras como el sexo doradas al sol de tu noche que me regalas, una
espesura leve de chocolate rozándote los labios, hormigas dulces, sé que
dulces, me lo dicen tus tiernos y besadores labios, tus besos de azúcar morena.
Me susurras que tu vientre se hunde por el peso de las mariposas. Rozo y palpo
tu gemido, que se astilla acuoso entre los dientes, con la mano rozo tu sexo
sobre la tela sedosa de la falda, cálida ternura que se abre, deshojándose,
hogueras de agua en tu sexo.
__¿Cómo está? – Tu voz se
quiebra, se deshace.
__Palpita…
__¿Cómo está…?
__Chorreando…
Te apoyas en la baranda, la mano se estremece
frotando la delicada y carnosa flor que se abre, húmeda, tierna, temblorosa,
palpitante.
__No…no…
Nos ahogamos en nuestras
bocas.
Se ahoga la escritura,
pierde la noción del tiempo.
__No…
En esta parte
insignificante del instante, hoy el día se equivoca, se viste de grises telas
de algodón y siente la brisa arisca en el rostro, ¡cómo gozo, tendido en la
cama, desnudo a tu lado, embelesado y endiosado ante tu cuerpo desnudo!, ¡cómo
vibra deseosa y enamorada esta escritura, la suave caricia del roce de un
pétalo en cada letra, la anhelada, inexistente historia que tantas veces en el
vuelo fue «la historia que no será»!, parte insignificante del día que nos
invita a despacio recorrernos, creo que en silencio, tan débiles las palabras,
tan derrumbadas y desmadejadas en su éxtasis, tan perezosos los dedos que
exploran, indagan, descubren, resbalando por la piel que se abre y se deshoja, lenta
y excitada precipitación del deseo que no quiere dejar de ser deseo, este ascendente
y férreo ascenso a la blandura de la dejadez, al pletórico abandono de los
sentidos, arden las palabras en el agua de nuestras bocas, en esta escritura
débil, perdedora, arden en las llamas del silencio de las palabras escritas,
mal escritas, sonámbulas, incrédulas en sus surcos deshabitados, perdidas
dentro del tiempo que no deja de parpadear dentro del instante infinito de la
sed. Estás aquí y me hablas, aunque calles y no estés. Dentro de la escritura. Sólo
aquí me encuentran los recuerdos, en la sima de las derrotas, por aquí se pasea
desnudo lo más oscuro de mis oscuridades, no existo más que aquí, soy lo que no
se ve. No existo en ninguna otra parte, únicamente aquí, sintiendo el sabor
almendrado de tu boca, de tu sexo, untadas de miel y chocolate las fresas de
tus labios, de tus pezones. Me rebelo ante la enfermedad del cuerpo, no la
entiendo. Pero habito en mi enfermedad. En este olor de la tierra mojada, de
los tomateros llenos de nidos, en esta brisa que absorbe el aire y lo azulea,
en tus palabras de medianoche llamándome a la cama y que me llevan a lo más
hondo de la madrugada. Este olor sublime a sexo que te envuelve entre las
sábanas, embriaga los sentidos, busco la humedad oscura entre tus nalgas que
lamo y disfruto, me aturde este amor que no dejará de naufragar, néctar de mis
palabras, emoción de mi tristeza, muelle vacío, en ruinas, de mis nadas más
desprotegidas. Aún aquí, hundido en la escritura y desangrándome, no dejo de
hacerte el amor, de verterme en ti, gota a gota. Débil, ausente, deposito cada
palabra, niebla que me diluye, en la absoluta entrega de mi yo. Me levanto y me
asomo a la habitación, trenzas de caricias en la almohada. Me habito de ti, en
la escritura, para estar habitado.
Quintín Alonso Méndez
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